Theresa May “es una causa perdida”, según el veredicto del antiguo jefe de disciplina parlamentaria del partido conservador Andrew Mitchell. El comentario, del que se hizo eco toda la prensa británica, ocurrió en una reciente cena con diputados ‘tories’. El partido, de acuerdo con Mitchell, necesita un nuevo líder. Su opinión es hoy mayoritaria.

Este jueves hará un año que May se convirtió en la primera ministra del Reino Unido. No es un aniversario feliz. Ha sido el año de su ascenso y caída. Un año desastroso y perdido. El ‘brexit’ ha dominado por completo la agenda del Gobierno y se ha transformado en una pesadilla. Quién se presentó como “una líder fuerte” y “un par de manos seguras”, capaz de llevar al país a buen puerto después del maremoto del referéndum en favor de la salida de la Unión Europea, es hoy una figura tambaleante. Los suyos ya la han condenado. Las intrigas para reemplazarla como líder antes de la conferencia anual de los conservadores este otoño, se multiplican. Aislada y rodeada de conspiradores, May se ha vuelto hacia la oposición, en busca de ayuda e ideas. Un signo de desesperación y extrema debilidad.

May trató el martes de reforzar su precaria situación con un discurso en el que pidió la colaboración del resto de las fuerzas políticas para afrontar el ‘brexit’. “Exponed vuestros propios puntos de vista e ideas sobre cómo abordar los desafíos como país”, declaró en la sede de la Real Sociedad de las Artes (RSA) en Londres. A pesar del pésimo resultado electoral del pasado 8 de junio, en el que perdió la mayoría absoluta, May insistió en que la dirección tomada es la adecuada. “El camino que yo marqué en mi primer discurso frente a Downing Street y el que nos marcamos como gobierno es aún correcto”.

CRÍTICAS DE LA PRENSA CONSERVADORA

El líder laborista, Jeremy Corbyn, que ha subido como la espuma en los sondeos, está encantado, según respondió, de darle una copia de su programa a la primera ministra o, “mejor aún, que convoque una elección anticipada, para que la gente en el país pueda decidir”. La prensa conservadora, al tanto de la propuesta de May el fin de semana, gracias a una filtración, no mostró gran entusiasmo con su llamamiento. “May llora por la ayuda de Corbyn” señalaba elDaily Telegraph. “Una May debilitada suplica la ayuda de sus rivales” fue el titular de 'The Times'.

May resultó elegida a la cabeza de su partido el 11 de julio del pasado año y al frente del Gobierno el 13 de julio, después de que David Cameron se marchara tras la victoria del ‘brexit’. Quien hasta entonces había sido ministra de Interior, fue designada por exclusión, después de que partidarios del ‘brexit’, como Boris Johnson o Michael Gove, se enzarzaran en luchas cainitas. La recién nombrada prometió gobernar en interés de todo el país, pero olvidó al 48% que había votado en favor de la permanencia.

Crecida y sobrada, adoptó una línea dura, que la ha hecho perder autoridad, a medida que han ido aflorando las enormes dificultades y las repercusiones negativas que implica el ‘brexit’. Los conservadores están divididos una vez más entre eurófobos listos para la ruptura sin pacto y los partidarios de una visión más flexible. En este último bando se encuentra el ministro de Finanzas, Philip Hammond, que aboga por una salida pensando en el bien de la economía y buscando el máximo acceso posible al mercado único.

PERDIDA DE CREDIBILIDAD

La pérdida de credibilidad de May ha sido rápida y constante. Arrancó cuando quiso negar al Parlamento la posibilidad de votar la activación del articulo 50. “Un líder fuerte, que cree en lo que está haciendo, no debe tener miedo de darle la palabra al Parlamento. Después de todo, toda la intención de los partidarios del ‘brexit’ en el voto de la EU era retornar la soberanía al parlamento británico”, señala el comentarista político de The Guardian, John Crace.

La inconsistencia de May generó desconfianza. Defendió la permanencia en el referéndum de la UE, ahora es ultra ‘brexit’. En siete ocasiones fue preguntada públicamente si convocaría elección anticipadas y lo negó en redondo, hasta hacerlo la pasada primavera. Presentó un programa electoral del que se retrató al día siguiente, ante el rechazo de los votantes.

Con las elecciones cometió su más grave error. La campaña fue la peor que se recuerda en la historia británica desde la segunda guerra mundial. May rechazó participar en los debates con otros líderes políticos, eludió los actos públicos y repitió como una autómata, una y otra vez, un par de eslóganes, que acabaron siendo risibles. El resultado fue la caída de 20 puntos en los sondeos en siete semanas y la pérdida de la mayoría absoluta. Su pacto por los unionistas del DUP a cambio de 1.000 millones de libras para poder gobernar con el apoyo de los 10 diputados norirlandeses, ha sido considerado un “soborno” y puede acabar en los tribunales por romper los Acuerdos de Paz de Viernes Santo. Después de un año, May sólo lucha por sobrevivir.