El primer presidente de Haití democráticamente elegido en 1990, Jean-Bertrand Aristide, salió de las chabolas de Puerto Príncipe convertido en la esperanza de todo un pueblo, pero no ha sabido resistir a la corrupción del poder absoluto y ha transformado su mandato en una verdadera tiranía. El antiguo sacerdote, conocido como el apóstol de los pobres y promotor de la teología de la liberación, colgó los hábitos, se casó con una abogada, con la que tiene dos hijas, y le ha encontrado gusto a la acumulación de riquezas.

Nacido en 1953 en una familia campesina, Aristide quedó huérfano cuando era niño y fue recogido por los Padres Salesianos, que lo educaron para el sacerdocio. Sus sermones contestatarios frente a la dictadura de Jean-Claude Duvalier le obligaron al exilio.

Ordenado sacerdote en 1982, regresó definitivamente a Haití en 1985. Se hizo célebre en un populoso barrio de chabolas de la capital, promoviendo la teología de la liberación, guitarra en mano y expresándose en criollo, la lengua mestiza usada por las masas negras iletradas (las élites mulatas y blancas han hecho del francés uno de sus signos de diferencia social).

Intentos de asesinato

En esta época, Aristide fue objeto de varios intentos de asesinato por paramilitares de derecha. Su constancia en la denuncia de la corrupción y las desigualdades sociales, así como sus diatribas contra lo que consideraba la actitud imperialista de Estados Unidos, provocaron su expulsión de la orden salesiana. Ello no le impidió seguir participando en actividades religiosas benéficas, a la vez que se dedicó abiertamente al activismo político con sus críticas implacables de los sucesivos gobiernos militares, a los que acusaba de ser los herederos de la dictadura duvalierista.

El 18 de octubre de 1990, el apóstol de los pobres aceptó presentarse como candidato a presidente por el movimiento Lavalas, que aglutinaba partidos y organizaciones de izquierda, sindicatos y asociaciones cívicas y eclesiásticas. Aristide arrolló con el 67,5% de los votos, y fue elegido presidente. Aparcando los proyectos más radicales de su programa, Aristide solicitó inmediatamente la cooperación de Estados Unidos y Francia, consciente de la titánica tarea a la que se había comprometido ante sus seguidores: reducir las injusticias sociales y la espantosa miseria del país para conducirlo "a un nivel digno de pobreza".

Propuso un salario mínimo, inició una campaña de alfabetización y propició una drástica reducción de las violaciones de los derechos humanos. Las clases altas y los militares temieron sus promesas redentoristas, y ocho meses después de su ascenso al poder fue derrocado en un sangriento golpe de Estado por el general Raoul Cédras.

Desde su exilio (en Venezuela primero, y luego en EEUU), Aristide pidió una intervención militar internacional para restaurar la constitucionalidad. Bajo el paraguas de la ONU, unos 21.000 soldados, en su mayoría estadounidenses, lanzaron en septiembre de 1994 la operación Restaurar la Democracia. Esta fuerza apenas encontró oposición, pues Cédras había pactado con el expresidente norteamericano Jimmy Carter una amnistía.

Regreso triunfal

Aristide regresó triunfalmente a Puerto Príncipe, formó un Gobierno de coalición y anunció el abandono del sacerdocio como símbolo de renuncia al radicalismo revolucionario. La Constitución le impidió presentarse en las elecciones de diciembre de 1995, pero siguió tirando de los hilos de la política, con su cota de popularidad intacta, hasta que pudo ser reelegido el 26 de noviembre del 2000, tras unos comicios legislativos que levantaron polémica y el rechazo de los observadores.

Aristide declaró entonces que su propósito era "traer la paz" a todos los haitianos y "construir una nación de amor enraizada en la democracia", desmintiendo a los que le acusaban de planear la instauración de una nueva dictadura.