Donald Trump atiza la guerra comercial sin que los llamamientos al diálogo de China mengüen su belicosidad. Washington la inició y la semana pasada arruinó la tregua apelando a un presunto incumplimiento de compromisos que Pekín niega. En el horizonte se vislumbra un conflicto que desbordará los márgenes arancelarios con previsibles consecuencias funestas para ambas potencias y para la economía global.

Pero los días en los que Washington podría haber puesto de rodillas a Pekín son lejanos. China ya no tiene una economía dependiente de la tecnología ajena, sino que es autosuficiente en sectores que definirán la primacía en este siglo. La historia enseña que las guerras comerciales solo tienen ganador cuando una economía supera en mucho a la otra, y este no es el caso. La estadounidense aún adelanta a la china en madurez y flexibilidad, pero a la segunda le sobran medios para castigar a la primera.

La lógica de Trump descansa en que China perderá la guerra de aranceles porque sus exportaciones a EEUU cuadriplican a las inversas. El crecimiento anual del gigante asiático se recortaría dos puntos si Washington impone tasas del 25% a todos sus productos, según un estudio del banco suizo UBS. Una catástrofe para China porque pronto se quedaría sin productos estadounidenses que gravar. Pero reducir el campo de batalla a los aranceles no es realista.

La baza de la deuda

China dispone de armas rotundas que por sus riesgos se entenderían solo en un contexto de guerra sin prisioneros. Podría desembarazarse de la masiva deuda estadounidense, que la convierte en su banquero. Aunque ha reducido sus reservas en los últimos años, aún guarda 1,2 billones de dólares. La teoría argumenta que si la soltara de golpe, bajaría el valor de los bonos, subirían los tipos de interés, otros países atenazados por el pánico seguirían la medida china, Washington pagaría más por las futuras emisiones de deuda y el aumento del préstamo para empresas y consumidores estadounidenses deslizaría su economía hacia la depresión. Pero a China le beneficia dirigir sus inversiones hacia valores seguros, y ninguno lo es más que un bono estadounidense.

También podría devaluar el yuan buscando irritar a Trump, que ha acusado durante años a Pekín de manipular su moneda, y neutralizar así el aumento de las tasas a sus exportaciones. El yuan, de hecho, ya ha bajado durante esta fragorosa semana. Pero una devaluación briosa también aumentaría el precio de las materias primas que China importa.