Michel Temer fue arrestado ayer en Sâo Paulo por agentes de la policía por su presunta relación con la red de corrupción conocida como Lava Jato que destapó un gigantesco escándalo de desvíos de dinero de la estatal Petrobras. El expresidente interino (2016-18) intuía que su salida del palacio Planalto sería cualquier cosa menos apacible. Los últimos meses de su gestión, surgida del golpe parlamentario contra Dilma Rousseff, estuvieron marcados por la permanente amenaza de los tribunales. De hecho, la fiscalía pidió abrir dos causas en su contra pero el Congreso bloqueó las reclamaciones. Los tiempos se aceleraron al abandonar el poder. Así lo entendió el juez federal de Río de Janeiro, Marcelo Bretas, al detenerlo. Ahora, Temer comparte el mismo destino tras los barrotes con el hombre que había sido su aliado y luego combatió con sigilo y saña: Luiz Inácio Lula da Silva.

El juez Bretas tomó la decisión de apresarlo después de que Lucio Funaro, un integrante del Movimiento Democrático Brasileño (MDB), el partido de Temer, lo señalara como uno de los participantes de esa trama corrupta. El magistrado extendió su orden al exministro de Minas y Energía, Wellington Moreira Franco, uno de los más estrechos colaboradores de Temer.