Ya lo había dicho en abril y, hace un par de semanas, lo volvió a repetir: «El tiempo de la familia Asad ha acabado», dijo el secretario de Estado de Estados Unidos, Rex Tillerson, que dijo lo que dijo como quien dice algo que no se acaba de creer. Pero Bashar al Asad sigue gobernando en Damasco y, parece, nadie está en disposición de quitarle la silla.

«La Administración Trump ya sabe que Asad no se va a marchar por la fuerza. Saben que eso ya no es posible. Por eso, su estrategia actual es intentar presionarle e influir para intentar que se vaya por las buenas», explica Nick Heras, analista del Centro para una Nueva Seguridad Americana.

Al inicio de la guerra, en el 2011, todos los actores internacionales apostaban por echar al dictador sirio e instaurar un régimen democrático en Damasco. Todos, menos dos: Irán y Rusia. Es gracias a ellos, a su intervención directa en la guerra -Rusia por aire y con algunos soldados en tierra e Irán con las famosas milicias chíis, además de Hizbulá-, que Asad, después de siete años de conflicto, sigue en pie. Teherán y Moscú han salvado a Asad.

Según los expertos, Putin está muy lejos de convencer a nadie. «La UE está aún más alejada de las posiciones de Asad de lo que lo está Estados Unidos. Bruselas se niega a considerar a Damasco como un interlocutor válido, y sus relaciones cuando acabe la guerra no se normalizarán», dice el investigador del European Council on Foreign Relations, Julien Barnes-Dacey.