El campo de refugiados de Rafah es una isla en guerra, un fortín apuntalado desde todos los puntos cardinales para impedir el libre movimiento de los milicianos, según afirma el Ejército israelí. Pero es también una jaula trampa para los palestinos, que intentan huir hacia lugares más tranquilos, llevándose consigo algunos de sus enseres más valiosos.

La única salida del infierno es la carretera que une el campo de refugiados de Rafah con la vecina ciudad del mismo nombre, más al sur. Allí es donde la agencia de las Naciones Unidas que presta ayuda a los refugiados palestinos (Unrwa) ha desplegado en los últimos días sus recursos para ayudar a las personas que emprenden el éxodo.

En la ciudad de Rafah, los palestinos también se han atrincherado en las escuelas de la Unrwa, porque en las calles los milicianos libran batallas desde el pasado domingo. Todas las facciones combaten juntas contra el Ejército israelí.

La comunicación con el norte, con el campo de refugiados de Jan Yunis, a través de la carretera principal, es imposible. El Ejército de Israel cerró esta vía de comunicación cuando el pasado domingo inició el despliegue de sus tropas con el fin de aislar el campo de refugiados de Rafah.

Huida por tierra

Además, se añade la dificultad de huir por los destartalados caminos de tierra, ya que resulta muy peligroso ante la presencia del Ejército israelí, que tiene tanques apostados a la salida del campo de refugiados. Los palestinos se encuentran, pues, atrapados en una jaula, de la que no pueden huir. Pero tampoco quedarse, porque sus vidas corren peligro.