En abril del 2003, mientras los saqueadores hacían el agosto en Bagdad y las tropas de EEUU culminaban su ofensiva en Tikrit, un desconocido se convirtió en la estrella de los pasillos de los hoteles Palestina y Sheraton, un gran bazar de mentiras y rumores sobre Irak. Mohamed al Zubeidi, autoproclamado gobernador de Bagdad y hombre de Ahmed Chalabi, concedía entrevistas a manos llenas, firmaba y recibía peticiones de trabajo y se arrogaba un papel clave en el nuevo Irak.

Zubeidi era un impostor y pronto fue desenmascarado, lo que incluso le llevó una temporada a la cárcel, pero su mandato fue más o menos igual de digno que el de Jay Garner, director de la efímera Oficina de Reconstrucción y Asistencia Humanitaria para Irak. Tras un mes buscando algo que hacer --y realmente había mucho que hacer, como sufrían a diario los iraquís--, lo más destacable de la era Garner fue la reapertura del zoo de Bagdad. En mayo, fue sustituido por Paul Bremer y su Autoridad Provisional de la Coalición (APC).

Rozando el surrealismo

Zubeidi y Garner son un buen ejemplo del caos y los bandazos, y hasta del surrealismo, que han marcado la política iraquí desde la caída del régimen de Sadam Husein hasta la casi clandestina transferencia de poder de ayer. Descartada a nivel militar desde el principio la vía afgana para derrocar a Sadam, la Casa Blanca también se dio cuenta muy pronto de que su favorito, Chalabi, no le servía como un nuevo Hamid Karzai. Bremer tomó entonces el mando del país y empezó un rosario de errores.

En Occidente, a Bremer se le recordará por el "señoras y señores, lo tenemos" con el que anunció la captura de Sadam en diciembre. En Irak, su nombre se relaciona con un error de dramáticas consecuencias: desmantelar el Ejército y las fuerzas de seguridad iraquís tan pronto como asumió su cargo. Los 100 muertos semanales de media con el que se encuentra el nuevo Gobierno se deben, en parte, a esa decisión. El pasado julio, EEUU dio el primer paso hacia la soberanía al nombrar con su largo dedo un Consejo de Gobierno Iraquí (CGI) del que excluyó a líderes sunís y del que se autoexcluyó el gran ayatolá Alí Sistani. George Bush no ordenó a Bremer hasta noviembre, cuando la resistencia era mucho más que una "banda de nostálgicos de Sadam", que acelerara la transferencia de poder.

Por entonces, la ninguneada ONU ya había empezado a oír cantos de sirena. Irak era un avispero. Tras muchos tiras y aflojas, el CGI --sin ningún tipo de legitimidad democrática al no ser electo-- firmó en marzo del 2004 una Constitución interina no sin antes protagonizar un bochornoso plantón de última hora. Un texto que aparcó el encaje de sunís, shiís y kurdos hasta que el nuevo Gobierno redacte la Constitución definitiva. Bremer también fracasó al intentar poner como presidente a su segundo favorito: Adnan Pachachi.

Políticos desconocidos

Bremer deja un Irak soberano con varios rasgos preocupantes: falta de legitimidad del Gobierno, un primer ministro y unos ministros desconocidos para los iraquís, una inseguridad galopante y con mucho más por reconstruir de lo que está reconstruido. Eso sí, la Embajada de EEUU será espectacular. Quién sabe, tal vez Garner y Zubeidi no lo hubieran hecho peor.