La carrera para la nominación demócrata ha quedado prácticamente finiquitada después de que Joe Biden encadenara una nueva serie de victorias inapelables en la mayoría de estados que este martes celebraban sus primarias. El candidato del establishment se impuso cómodamente en Michigan, el estado en el que Bernie Sanders había depositado todas sus esperanzas para renacer tras el varapalo del pasado Supermartes. No pudo ser. En poco más de un mes, su rival ha pasado de ser una presencia tan venerable como irrelevante en la campaña a un candidato inexpugnable que ha ganado 17 de los últimos 21 estados disputados y ha tomado una significativa ventaja en el número de delegados que elegirán formalmente en julio al demócrata que peleará por la Casa Blanca.

La pelota está ahora en el tejado de Sanders, enfrentado al dilema de cómo proceder cuando su camino hacia la nominación ha quedado seriamente bloqueado. ¿Seguir en la pelea con el coste que eso supondría para la unidad del partido o plegar velas para centrar todos los esfuerzos en derrotar a Trump? En un gesto muy revelador, el socialdemócrata canceló su comparecencia en Vermont, probablemente para revaluar con detenimiento sus próximos pasos. Al senador independiente no le queda mucho más que encomendarse a que el coronavirus o una eventual recesión derivada de sus consecuencias pueda trastocar completamente la campaña. Sanders dijo la semana pasada que no pretende comportarse "como un masoquista" si los números no cuadran, pero también es cierto que el próximo domingo tendrá la primera oportunidad para enfrentarse a Biden en un cara a cara, un debate que podría cambiar algunos votos si los astros se alinean a su favor.

Pero el problema de Sanders es que su "revolución política" no ha acabado de materializarse. Pese a tener la mejor organización sobre el terreno y el apoyo abrumador de los jóvenes, no ha logrado expandir el electorado llevando hasta las urnas a millones de nuevos votantes. En el sur del país no compite. Y en las cunas obreras del Medio Oeste ha perdido los dos estados disputados hasta ahora. No tiene apoyo de los medios. Y casi todo el partido ha cerrado filas en torno a Biden.

Los resultados del martes no hicieron más que ahondar ese patrón. Biden arrasó en Misisipi superando el 80% de los votos, nuevamente impulsado por los votantes negros. Ganó en Misuri con el 60% de los votos. Y en Michigan, donde Sanders dio la sorpresa hace cuatro años, se imponía por 13 puntos a falta de cerrarse el escrutinio. En el estado del automóvil ni siquiera ganó en el condado de Michael Moore, uno de los principales subalternos de su campaña. Michigan no solo era importante por su valor simbólico o por su peso en las presidenciales; era también el estado que más delegados repartía.

En el momento de escribir estas líneas, el vicepresidente de Barack Obama también llevaba ventaja en Idaho y empataba en Washington. Solo Dakota del Norte, donde miles de personas tuvieron que esperar durante horas a temperaturas bajo cero para poder votar, parecía inclinarse a favor de Sanders. Poco consuelo para el populista de izquierdas cuando estaba obligado a cambiar la trayectoria y la narrativa que comenzó el pasado 29 de febrero con la abrumadora victoria de Biden en Carolina del Sur.

Biden habló desde Filadelfia, la misma ciudad donde lanzó su campaña hace casi un año, la tercera vez que competía por la nominación demócrata en sus 77 años de vida. No cantó victoria, pero se comportó con la elegancia de quien se sabe ganador y necesita unir al partido. Y es que en noviembre va a necesitar a los votantes de Sanders, algo que no tiene para nada garantizado. "Quiero agradecer a Bernie Sanders y sus simpatizantes su infatigable energía y su pasión", dijo flanqueado por su mujer. "Compartimos un objetivo común y juntos derrotaremos a Donald Trump". Su coalición no deja de crecer: afroamericanos, mujeres, adultos mayores de 45 años, votantes de los suburbios y, en algunos estados, hasta los trabajadores sin formación universitaria.

El calendario también está a favor de Biden, que podría convertirse en el segundo candidato demócrata de los últimos cinco años surgido de la Administración Obama. Con Hillary Clinton no funcionó. Falta saber ahora si con Biden, que comparte muchas similitudes con la ex secretaria de Estado, será diferente.