Los birmanos mantienen el pulso con la junta militar que el pasado 1 de febrero detuvieron a la líder política del país, Aung San Suu Kyi, con una estrategia de incesante protestas nocturnas, pero a un coste muy alto. Unos 250 birmanos han muerto ya víctimas de la dura respuesta militar y policial, aunque la cifra podría ser mucho más alta, pues centenares de personas han sido detenidas y no se tiene en muchos casos ninguna información sobre su destino.

La situación es especialmente grave en Rangún, hasta 2005 capital del país pero aún la ciudad más poblada de Birmania. Dos de los cinco millones de habitantes de Rangún están sometidos a la ley marcial, que los manifestantes desobedecen a pesar de que las fuerzas gubernamentales emplean munición real en su respuesta. En otras partes del país, las protestas consisten en ocasiones en procesiones por las calles con velas o en huelgas, como las que protagonizan, por ejemplo, los profesores y los empleados del ferrocarril, pero en Rangún el lanzamiento de cócteles molotov y piedras contra la policía son cada día que pasa más comunes.

El clima de violencia ha provocado que miles de personas salgan de la ciudad con destino a sus provincias natales, pero también es creciente el número de birmanos que busca refugio en los países vecinos, como India y Tailandia, que se preparan para la llegada de refugiados.

Según la Asociación de Asistencia a los Presos Políticos, el sábado murieron en Rangún como mínimo dos personas y otras tres resultaron gravemente heridas. A unos 80 kilómetros, en Bago, fallecieron otras dos personas en choques con la policía, según las mismas fuentes.

Madre de tres hijos

La muerte puede sorprender a los birmanos en cualquier instante, tal y como explica, por ejemplo, Myint Swe, que esta semana acaba de enviudar. Su pareja, Mar La Win, con la que tenía tres hijos, recibió disparos nada más salir de casa. El marido no sabe ni quiera si falleció en ese mismo instante. Cuando fue a recoger el cadáver, mostraba numerosas heridas, de modo que no descarta que fuera torturada. El funeral por esta víctima se ha realizado este mismo domingo. De hecho, cada ocasión en que los birmanos tienen que ir al cementerio a decir adiós a una nueva víctima no hace más que alimentar la determinación a seguir con las protestas.

Los manifestantes reclaman la liberación de Aung San Suu Kyi, cuyo paradero se desconoce desde el pasado 1 de febrero. En caso de ser detenidos se exponen a juicios rápidos, sin apenas garantías, y a condenas de varios años de trabajos forzados.