El cuento más corto del mundo, Cuando despertó, el dinosaurio estaba allí de Augusto Monterroso, sirve para explicar el más largo: el brexit, la pesadilla permanente. Una voz honesta en un asunto en el que se mezclan emociones, mentiras y cobardías ha sido la del reportero Chris Mason, de la BBC. Admitió en directo que no tenía ni idea de lo que iba a pasar: «Preguntad a Míster Blobby, su análisis puede ser tan bueno como el mío». Míster Blobby es un personaje de ficción, similar a Espinete.

El borrador del acuerdo de divorcio con la UE, que contempla un periodo de transición de 21 meses, no gusta a casi nadie en el Reino Unido, pese a que pocos habrán leído sus 585 páginas. Hay dos días claves en el horizonte: el 25 de noviembre, fecha en la que se reúne en Bruselas el Consejo Europeo, que debería ratificarlo, y el 18 de diciembre, cuando el Parlamento británico decidirá la suerte del texto y de la primera ministra.

Existe un tercero: la destitución inmediata de Theresa May. Para que eso suceda, el 15% de los 317 diputados conservadores deberían solicitar por escrito una votación de confianza. Los eurofóbicos llevan meses amenazando con este botón nuclear. En cuanto el jefe del grupo parlamentario tory reciba 48 cartas deberá convocar una votación. Se resolvería por mayoría simple: 159.

Jakob Reed-Mogg anunció el jueves pasado el envío de su petición. Es el líder de la facción a favor del brexit duro. Cuenta con 50 diputados, que también están divididos. No todos están a favor de activar un mecanismo de destitución que no se podrá repetir en un año. La mayoría de los analistas están convencidos de que la primera ministra ganaría.

Más allá de los errores estratégicos, May es una luchadora con gran capacidad de encaje. Es una resistente en un mar infectado de tiburones alfa. El moderado Kenneth Clarke, peso pesado en su partido, le aconseja soltar lastre, dejar de hacer concesiones a los eurófobos, que se han demostrado inútiles. Pide un brexit suave: salir de la UE política, pero quedarse en el mercado único y en la unión aduanera hasta que Londres pacte una alternativa. Es otra ilusión: ventajas, sí; obligaciones, no.

Muy complicada se presenta la aprobación del borrador en el Parlamento británico. Hoy por hoy, May carece de los votos necesarios. Solo siete diputados hablaron a su favor en la sesión del jueves. Podría lograrlos si acepta enmiendas al texto. Está por ver si la UE acata los cambios.

De momento ha frenado la sangría de dimisiones y recompuesto su Gabinete. Los cinco ministros más a favor del brexit, liderados por uno de sus impulsores, Michael Gove, quieren que regrese a Bruselas para obtener un mejor pacto. Otra vez el dinosauro de Monterroso. Quedan 130 días para el divorcio. La estrategia de la primera ministra es devolver la presión a sus diputados, que sean ellos los responsables del desastre, porque la alternativa al borrador pactado es el descarrilamiento.

AMENAZA PARA TODOS

El no acuerdo es una amenaza para todos. May dijo en Westminster que no tenía planes para hacer frente a ese escenario, algo que suena poco creíble. La UE los tiene. Ambos temen ese abismo, por eso ha hecho concesiones. La negociación de los detalles proseguirá durante el periodo transitorio hasta el 31 de diciembre de 2020, que podría ampliarse. Parece una película de Hitchcock.

El segundo referéndum gana adeptos. De momento sigue siendo una fantasía. Vince Cable, líder liberal-demócrata, lo demanda. Dice que el asunto debería regresar a unos ciudadanos que en junio del 2016 votaron sobre fantasías y mentiras, pero que ahora estarían en condiciones de votar sobre hechos y sus consecuencias. Todos se erigen en defensores de la voluntad popular expresada en el primer referéndum, pero ni siquiera son capaces de ponerse de acuerdo en lo que querían decir los votantes. Hay miedo a que otra consulta no resuelva nada.

El Partido Laborista podría ser un aliado para impulsar ese referéndum, o apostar por un brexit suave, pero su líder, Corbyn, parece más interesado en llegar a Downing Street que en rescatar a su país del embrollo en el que se encuentra.

Este proceso, lleno de pasiones, ha sacado a pasear una xenofobia latente disfrazada de patriotismo. Los brexiters hablan y actúan como si la Reina Victoria estuviera viva y hubiera un imperio bajo sus pies. Pero ni siquiera son la gran potencia europea. No es realista soñar con un Reino Unido campeón del comercio global. El mundo ha cambiado. Tampoco sirve la mano amiga de EEUU porque tiene un presidente imprevisible.

Al abandonar la UE, Londres perderá el recurso del Bruselas nos roba, tan útil estos años. Quedará el periodo transitorio como excusa, además de la herencia recibida, para culpar al otro de cualquier efecto negativo. Los inventores del sarcasmo y de la capacidad de reírse de ellos mismos, que la mantienen con salvedades, se quedarán a solas con uno sus mejores proverbios: «Cuando apuntas con un dedo, recuerda que los otros tres dedos te señalan a ti».