"Estaría bien oír de alguno de los mandos del partido que, pase lo que pase, vamos a seguir adelante y trabajando los próximos cuatro años". Erin es una votante demócrata de 22 años que el martes por la noche, cuando la derrota de John Kerry se intuía pero aún no se había confirmado, buscaba tranquilizadoras esperanzas de futuro ante lo que se avenía. Erin puede seguir esperando. El partido, tras su --en parte inesperada-- segunda derrota consecutiva en las presidenciales, se enfrenta a un intenso e importantísimo periodo de debate. Y la divergencia de opiniones se anuncia ya debilitadora.

Las preguntas que se hacen el partido y los votantes las resumía ayer The Wall Street Journal : "¿Deben buscar el éxito nacional girando hacia la izquierda, como piden muchos en un partido que recibe importantes contribuciones de millonarios progresistas como George Soros? ¿Deben los demócratas, por el contrario, girar hacia la derecha, que es donde las últimas elecciones sugieren que se halla el país? ¿Será su líder un progresista, como Howard Dean o Hillary Clinton, alguien más centrista, como John Edwards, o una cara nueva salida del Congreso o de los gobernadores demócratas?". En las respuestas hay de todo.

John Podesta, antiguo asesor de Bill Clinton, es uno de los más destacados miembros del partido. Podesta cree que una de las claves es recuperar la posición que ha sido la piedra angular de la victoria de George Bush: la movilización de la base conservadora por los valores morales. "La mayoría de la gente quiere ver en un partido y un candidato un núcleo moral; quieren percibir algo auténtico al respecto", dijo, antes de apostillar: "Nuestros líderes tendrán que sentirse cómodos hablando en estos términos".

No es el único que lo piensa. "Tenemos que tomarnos el tiempo para comprender las preocupaciones de las familias rurales y cristianas", explicó otro asesor de Clinton, Leo Panetta. "No podemos ignorar el dominio republicano en el sur y el medioeste. El partido de Franklin D. Roosevelt se ha transformado en el de Michael Moore, y eso no nos ayuda en muchas partes del país", sentenció.

Esta es una teoría a la que se apuntan muchos, y aunque no anuncie un giro a la derecha, suena, por lo menos, a algo más conservador. Se recuerda, por ejemplo, la defensa del aborto de Kerry en la campaña. Su postura le granjeaba votos en ciudades, entre mujeres, en sectores universitarios. Pero esos grupos no son tan poderosos como para superar el apoyo conservador que los republicanos obtenían como reacción a esas propuestas.

Simon Rosenberg, de la Nueva Red Demócrata, defiende que el partido desarrolle mejores formas de hablar de sus políticas, en un marco de valores familiares y sociales. "Nuestro esfuerzo por dar a todo el mundo cobertura sanitaria es una gran declaración de nuestro compromiso con la familia y la comunidad, pero hemos perdido nuestra capacidad de mostrar en términos de valores nuestra compasión por la gente", declaró.

En busca de Dios

El Partido Demócrata, sin duda, está buscando a Dios, o al menos, la forma de relacionarse con él política y electoralmente. Pero también emprende otra búsqueda no menos complicada: la de un líder. Y en este terreno, hay algo que parece claro: no necesita más miembros de una distante élite que practique windsurf y snowboard y veranee en mansiones de más de 30 millones de dólares.

Partiendo de esta base, las opciones son, a grandes rasgos, tres: una es apostar por el encanto y tirón sureño de John Edwards. Otra es Hillary Clinton, tan adorada como aborrecida. Y otra es buscar un nombre en los estados, como el del gobernador de Nuevo México, Bill Richardson.