La agenda política ha desplazado a la económica en la cumbre del G-8 que arrancó ayer en Sea Island, (Georgia, EEUU). A menos de cinco meses de las elecciones presidenciales en EEUU, y el mismo día en que la ONU iba a aprobar la resolución sobre Irak, el presidente anfitrión, George Bush, dejó clara su intención de convertir la cumbre en una campaña para limpiar su deteriorada imagen en el escenario mundial.

Bush se mostró triunfal por su éxito en la ONU y empleó cierto tono vengativo para recordar que "algunos decían que nunca se conseguiría una resolución del Consejo de Seguridad". El presidente, que definió "un Irak libre" como "un catalizador para un cambio" en Oriente Próximo, desea que la cumbre se comprometa a promover reformas democráticas en toda la región.

Para facilitar el proceso en Irak, Washington presiona a otras potencias, especialmente a Francia y Alemania, para que acepten condonar el 80% o el 90% de la deuda iraquí, que asciende a unos 120.000 millones de dólares (unos 100.000 millones de euros o 16,6 billones de pesetas).

El Gobierno de EEUU espera también lograr un acuerdo entre los ocho países del grupo --Alemania, Canadá, EEUU, Francia, Italia, Japón, Reino Unido y Rusia-- sobre las medidas a adoptar para frenar la proliferación de armas de destrucción masiva.