Birmania ha amanecido de nuevo bajo el mando militar en calma y sin indicios de una revuelta popular inminente. En Rangún, la principal ciudad, los servicios de internet y de telefonía seguían esta mañana parcialmente interrumpidos pero habían reabierto los bancos y las crónicas de la prensa local describían una actividad similar a la habitual. La presencia militar es más intensa en Naypyitaw, la capital política levantada dos décadas atrás en medio de la jungla, donde son habituales las tropas a bordo de camiones y vehículos acorazados o los helicópteros sobrevolando las zonas más sensibles. Los tanques se han apostado frente al Parlamento y los soldados guardan las residencias oficiales donde permanecen encerrados los 400 diputados.

Uno de ellos, que ha pedido el anonimato, ha confirmado a la agencia France Press que no pueden salir y, aunque la vida discurre con cierta normalidad, el complejo se ha convertido "en un centro de detención al aire libre". Un miembro de la Liga Nacional por la Democracia (LND) ha asegurado que tanto su líderesa de facto, Aung San Suu Kyi, como su presidente, Win Myint, están en reclusión domiciliaria. "Nos han dicho que no nos preocupemos pero estamos preocupados. Estaríamos más tranquilos si pudiéramos ver fotos de ellos en sus residencias", ha añadido.

La LND ha emitido un comunicado exigiendo la inmediata liberación de todos los detenidos "lo antes posible" y el reconocimiento de los resultados de las pasadas elecciones de noviembre, en las que la formación de Suu Kyi avasalló con el 83% de los votos. Esas elecciones están detrás de la asonada. El estamento militar, cuyo partido consiguió un resultado humillante, había vertido acusaciones de pucherazo sin prueba alguna y ayer, horas antes de que se constituyera el nuevo Parlamento, declaró el estado de emergencia. Este se alargará, según la hoja de ruta militar, durante un año, hasta que se puedan celebrar otros comicios "limpios y justos". El golpe de Estado, según la LND, "es una mancha en la historia de nuestro país y del Tatmadaw", en referencia a cómo se conoce en Birmania su poderoso estamento militar.

Sin rastro de beligerancia en la calle

No hay rastro de beligerancia callejera en Birmania a pesar de que Suu Kyi, reverenciada como una semidiosa, pidiera ayer a su pueblo que se levantara contra la última tropelía castrense. Los militares han dinamitado un proceso democrático frágil que había empezado una década atrás con las primeras elecciones en medio siglo y que ha sido lastrado por las servidumbres que impusieron en la Constitución.

No ha cesado el coro condenatorio global en las últimas horas: la ONU, la Unión Europea, una decena de Gobiernos Joe Biden, que afronta su primera prueba internacional, ha elevado el tono para subrayar distancias con su predecesor. "La comunidad internacional debe unirse en una sola voz para presionar al Ejército para que entregue inmediatamente el poder que ha usurpado", ha exigido.

La crisis motivará esta tarde una reunión de emergencia en el Consejo de Seguridad de la ONU después de que su secretario general, Antonio Guterres, calificara la asonada como "un duro golpe a las reformas democráticas". El Consejo ha recibido críticas tenaces de las organizaciones de derechos humanos por su falta de respuesta a años de abusos contra la minoría musulmana.