Cuando se produce un vertido contaminante de grandes dimensiones, no suele existir una única causa, sino una concatenación de factores. Sin embargo, las más de 15.000 toneladas de carburantes que han polucionado la corriente fluvial del Ambárnaya, en una remota región del Ártico ruso, tiene un desencadentante directo: el cambio climático que, año tras año, derrite y reduce el 'permafrost', la capa de suelo en las regiones polares que permanece siempre helada y sobre la que se asentaba el depósito de diesel que finalmente se derrumbó.

"No es una teoría; es un hecho", constata telefónicamente Mijaíl Yulkin, director del Centro para la Inversión Medioambiental y asesor de gobiernos regionales rusos en estos temas. En sus investigaciones preliminares, la Fiscalía General ha dado la razón a este experto, y ha admitido que la "flacidez del suelo y de los cimientos de hormigón" son las causas más plausibles del desastre ecológico, sin descartar otros condicionantes como el deficiente mantenimiento.

Sean cuáles sean los resultados de las pesquisas, lo cierto es que el vertido ha puesto de actualidad en Rusia -uno de los países del mundo donde más rápidamente suben las temperaturas- un debate que los científicos creen inaplazable: los efectos de la reducción del permafrost en la economía. "El 60% de nuestro territorio es suelo permanentemente congelado, y aunque tan solo vive allí el 4% de la población, es donde se asienta buena parte de la infraestructura que extrae hidrocarburos y minerales, la principal riqueza", recuerda Yulkin. Aunque la fiscalía rusa ya ha ordenado la revisión de instalaciones sobre permafrost, este experto considera que es algo que se debería haber hecho "hace ya 20 años", dada la acumulación de evidencias: cráteres que aparecen de súbito y amenazan tuberías, casas que tienen que ser derribadas...

Estudio reciente sobre el coste

Yulkin recuerda la existencia de un estudio reciente realizado por expertos mundiales, que calculaba que en el 2050 Rusia podría necesitar 84.000 millones de dólares (un 7,5% del PIB ruso) para reparar la infraestructura dañada por el menguante permafrost y que fue ampliamente debatido por la prensa rusa. "Sin embargo, el Gobierno le dedicó muy poca atención; no hay sensibilidad (para estos temas), incluyendo al presidente, que no proclama de forma categórica que el cambio climático es una grave amenaza para Rusia", denuncia.

Mientras tanto, en las proximidades de la lejana ciudad de Norilsk, de cuyas minas se extrae gran parte del paladio y el níquel que se consume en el mundo, los equipos enviados a la zona intentaban contener los daños. Según el gobernador del territorio de Krasnoyarsk, Aleksándr Uss, el vertido ya ha alcanzado el lago Pyasino, donde nace otro río que desemboca en el mar de Karar, en el oceano Ártico. "La catástrofe ecológica es muy grave; podemos decir que el río Ambárnaya está muerto al menos para los próximos dos años", explica a EL PERIODICO Alekséi Knizhnikov, del Fondo Mundial para la Naturaleza, la primera organización en dar la alarma.

El activista arremete contra la empresa, una subsidiaria del gigante minero Norilsk-Níkel, y también cuestiona la actuación del Gobierno regional. "Durante dos días, la compañía ocultó lo sucedido; las autoridades tampoco reaccionaron; fuimos nosotros los que llamamos a Moscú cuando vimos lo que publicaban las redes sociales", rememora.