La zamarra de color mostaza que John Kerry ha llevado siempre encima de sus impecables trajes durante la recta final electoral se ha convertido en símbolo de su nueva personalidad, mucho más cercana al pueblo llano que la del distante senador aristocrático que los votantes veían al inicio de la campaña.

Porque esa prenda, que cree que le trae suerte, revela que es supersticioso, como cualquier hijo de vecino. Y lo es mucho. Lleva en un bolsillo el trébol de cuatro hojas que encontró poco antes de su inesperada victoria de Iowa que lo catapultó a la candidatura demócrata. En el otro, porta una hebilla que alguien le regaló en Ohio, cuando obtuvo el triunfo final sobre los rivales de su partido.

Más todavía. Ahora ya no deja que Josh Gottheimer --quien le escribe los discursos-- se quite la gorra de los Boston Red Sox que se tuvo que poner tras la victoria de éstos en la final de la liga americana de béisbol. Este guionista de speeches había perdido una apuesta y debía llevar la gorra durante todo un día. Pero su jefe le obliga a seguir luciendo el emblema simplemente porque cree que esa victoria fue el augurio de la suya propia, hoy martes, en la prueba final de su larguísimo trayecto hacia la Casa Blanca.

De hecho, Kerry mostró otra de sus debilidades cuando sorprendió a su equipo de campaña, el pasado miércoles, al salir corriendo de su suite en un hotel de Toledo (Ohio) dando gritos: "¡Sox campeones! ¡Sox campeones!".

El aspirante ´desenfocado´

Este tipo de anécdotas han abundado en su frenético maratón por recuperar la ventaja que le sacó el presidente Bush en verano, y le ha hecho más caluroso y simpático a los ojos de sus seguidores, cada día más entregados. Ayer, militantes demócratas de todas las edades y razas agitaban pancartas Kerry-Edwards en muchas de las esquinas de Miami Beach (Florida), para atraer la atención de los conductores, en un esfuerzo final casi desesperado por evitar la derrota que sufrió aquí Al Gore en el 2000.

En realidad, Kerry es uno de los aspirantes al Despacho Oval menos definidos, más desenfocados en la visión de los norteamericanos, a pesar de que ha estado a la luz de la opinión pública desde hace 35 años, cuando compareció ante la Comisión de Asuntos Exteriores del Senado --cargado de medallas al valor en combate-- para denunciar ante las cámaras de TV no sólo la política de Washington en Asia, sino incluso los crímenes de guerra cometidos por sus compañeros de armas.

Muchos nunca se lo perdonaron, y este año electoral han salido a acusarle --incitados por los republicanos-- de haber traicionado a sus camaradas y desmoralizado a los soldados de EEUU. Pero era una cuestión de principios, y poco después trató de ganar un escaño en el Congreso. Esfuerzo infructuoso que le apartó de la política durante 10 años y que puso en evidencia su falta de raíces: buscando el mejor distrito para sus aspiraciones, registró sus domicilios en tres barrios distintos de Boston, ciudad donde nació el 11 de diciembre de 1943.

La razón era simple: nunca había vivido en la zona porque su padre, diplomático, viajó con la familia por todo el mundo y envió a su hijo largas temporadas a internados en Suiza. "Yo siempre tenía que decir adiós a familiares y amigos y eso endurece mucho", le diría años después a su biógrafo.

El mejor desde Cicerón

Así que no disfrutó de la alta sociedad de Massachusetts, pese a que su madre descendía de dos de las más antiguas familias de Nueva Inglaterra. Cuando regresó para estudiar en la exclusiva Universidad de Yale, todos creyeron que su familia era mucho más rica de lo que era.

Así que nunca cesó de buscar sus raíces. Las políticas, en la carrera del joven senador y después presidente John F. Kennedy, con el que está orgulloso de compartir iniciales y al que siempre ha querido emular. Hasta flirteó con una hermanastra de Jackie Kennedy, lo que le dio la oportunidad de conocer personalmente a JFK, en 1962.

En aquel entonces, ya demostraba sus extraordinarias dotes oratorias, que le hicieron líder del exclusivo club secreto Skull and Bones de Yale. Tan bueno es en los debates, que los asesores de Bush excusaron las derrotas dialécticas del presidente alegando que Kerry es "el mejor disertador desde Cicerón".

Lo cierto es que sus dos hijas (fruto de la relación con su primera esposa, Julia Thorne), Alexandra (31 años) y Vanessa (28) le adoran por su capacidad de convicción. O quizá porque el primer concierto al que les llevó su padre fue el mítico Born in the USA de Bruce Springsteen. Kerry nunca ha dejado de admirar a The Boss , quien en esta campaña ha apoyado su candidatura cantando en los mítines, y parece aún incapaz de creerse que el propio Bruce esté alabándole en público.

Senador de élite

Su habilidad dialéctica también le hizo brillar como fiscal y abogado, pero no regresó a la política hasta los 41 años, otra vez de la mano de un Kennedy: el famoso senador Edward (Ted ). Quizá como tributo a su experiencia bélica en una cañonera rápida por las peligrosas aguas vietnamitas del Mekong, Kerry de inmediato se ocupó de los temas internacionales, logró entrar en la prestigiosa Comisión de Exteriores e investigó affaires tan espinosos como el escándalo Irán- Contra o los prisioneros de guerra norteamericanos en Vietnam.

Ni sus 19 años como senador de élite, ni su segundo matrimonio con la multimillonaria heredera Teresa Heinz, ni su educación políglota son muy populares en EEUU. Además, sus intrincadas argumentaciones y sus constantes cambios de posición --basados en la revisión continua de los matices de cada problema-- le han hecho parecer oportunista y le han dado una imagen altiva y arrogante.

Pero si logra bajar al nivel de las masas que empiezan a adorarle, y les deja ver que es un hombre tan de carne y hueso como los demás, puede ganar hoy "la elección más importante de nuestras vidas", según sus propias palabras.