El quinto debate de las primarias demócratas fue el más plano de los celebrados hasta la fecha, un combate de guante blanco con el colmillo más centrado en morder a Donald Trump que en restar puntos a los candidatos que lideran las encuestas. Una estrategia que se explica por la atención que acapara el impeachment, pero también por la ausencia a estas alturas de un claro favorito. La carrera se ha igualado a medida que Joe Biden pierde fuelle y Elisabeth Warren y Bernie Sanders compiten por los mismos votantes. A esa terna en los más alto se ha sumado en las últimas semanas el alcalde Pete Buttigieg, que ha escalado hasta la primera posición en las encuestas de Iowa, el estado donde se abrirán las primarias en febrero. Ninguno de ellos tuvo, sin embargo, su noche más brillante.

Quedan todavía casi tres meses hasta Iowa, tiempo suficiente para que todo cambie substancialmente y el hacinado vagón demócrata se vaya vaciando. Candidatos prometedores como Beto ORourke han tirado la toalla y otros como el ex secretario de Vivienda, Julián Castro, tienen tan poco apoyo en los sondeos que ni siquiera pasaron el corte para unirse a los 10 aspirantes que debatieron en Atlanta (Georgia). Entre los grandes popes y donantes del partido no deja de crecer la preocupación ante las dudas que despiertan los candidatos. Ninguno de ellos ha logrado capturar la imaginación del país. Y las audiencias de los debates han ido bajando. Están lejos de los 23 millones de espectadores que Trump atrajo en el primer envite republicano del 2015.

El electorado progresista no está para florituras. Las encuestas señalan que lo que más les importa en estos momentos es dar con un candidato que pueda batir a Trump al margen del programa o la ideología. Quién tiene más cualidades para unir al país y cerrar las heridas, para trabajar con los republicanos o movilizar a las bases demócratas. La senadora Kamala Harris, que volvió a tener una noche destacada tras varios traspiés, abogó por reactivar la coalición de Barack Obama (minorías, mujeres, jóvenes, gays), una moción a la que se sumó el ex vicepresidente Biden por alusiones. También Harris dejó una de las frases más crudas de la noche al acusar a Trump de dirigir una empresa criminal.

Butiggieg apeló a la América olvidada del campo y el Medio Oeste del que proviene, regiones que fueron claves en la victoria de Trump. Necesitamos a alguien que procede de las comunidades a las que Trump ha estado apelando, dijo el alcalde de South Bend (Indiana), el único millenial entre los candidatos. No es descabellado pensar que Butiggieg podría tener su oportunidad, ya que es lo más cercano a un antídoto contra la tóxica polarización que vive el país. Es poco ideológico, culto y ha ido a la guerra. Y aunque es gay, este ya no es el país de las brujas de Salem. Sé que, desde la perspectiva de Washington, lo que pasa en mi pequeña ciudad parece pequeño. Pero francamente, donde yo vivo, son las peleas en el Capitolio lo que parece pequeño.

Su principal problema es su falta de tirón entre el electorado afroamericano, decisivo en las primarias y necesario para las generales. Lo mismo que les pasa a Sanders y Warren, que aprovecharon el escenario de Georgia para apelar a esos votantes. Tanto Harris como Corey Booker, ambos negros, advirtieron del riesgo de elegir a un candidato blanco. Los votantes negros están hartos y están preocupados, dijo el senador Booker, un hombre que no acaba de despegar pese a sus muchas cualidades. Lo mismo que le pasa a su compañera en la cámara alta, Amy Klobuchar, una mujer moderada que suele dejar frases redondas en los debates pero que no acaba de conectar con las bases.

Si hubo un perdedor en Atlanta fue Biden, que esta misma semana cumplió 77 años. Al brazo derecho de Obama le pesan los años. Se trastabilla al hablar y comete errores de concentración. Sanders, que tiene un año más y acaba de superar un ataque al corazón, parece estar bastante más en forma.