"Hay que volver, mi hijo todavía está allí", gritaba una mujer al ser evacuada en una camilla. Un soldado llevaba a un pequeño con una pierna arrancada. Niños semidesnudos huían aterrorizados. Beslán --ciudad de Osetia del Norte (sur de Rusia), donde un comando prochecheno tomó como rehenes a cientos de personas-- sucumbió ayer a un caos total.

Después de 48 horas de insoportable espera para los familiares de los rehenes, los acontecimientos se precipitaron cuando las fuerzas especiales rusas comenzaron a entrar en la escuela, al mismo tiempo que un grupo de rehenes escapaba del edificio y un puñado de terroristas se daban a la fuga.

El primer rehén en salir, un rubito de 6 años, era ayudado por un hombre joven. Poco después, una veintena de niños, de entre 8 y 15 años, salían también, dirigidos por los hombres de las fuerzas especiales, fuertemente armados y con cascos. Una hora después de las primeras explosiones, los agentes rusos anunciaron entre gritos de júbilo: "El gimnasio es nuestro".

Desde una camilla, una mujer herida les suplica: "¡Hay que volver! ¡Mi hijo está aún ahí abajo!".

Bebiendo la propia orina

Los niños avanzaban penosamente, sostenidos por adultos, y se precipitaban a las botellas de agua, después de horas de terror en el gimnasio, muy excitados y privados de líquidos y de alimentos. Un pequeño confesó que había bebido su propia orina. Esos niños, en ropa interior, ensangrentados, eran incapaces de contar lo que había pasado dentro del colegio.

Las víctimas fueron evacuadas en medio de un gran desorden; en muy pocas ambulancias, coches particulares o, simplemente, en brazos de civiles. Dos horas después del inicio del ataque, empezaron a salir los heridos más graves. La confusión reinaba, la multitud se precipitó hacia un camión militar para impedirle partir, al creer que en él iba uno de los terroristas. Le patearon la cabeza, sin estar seguros si era uno de los secuestradores. Los militares dispersaron al gentío disparando al aire.