Se cumplieron ayer 40 años del secuestro -y posterior asesinato- de Aldo Moro, presidente de la Democracia Cristiana (DC), mente y perno del poder desde que la Italia fascista perdió la segunda guerra mundial. Lo llevó a cabo la banda terrorista de ultraizquierda Brigadas Rojas (BR), que contaba con 200 afiliados, provocó 600 muertos y realizó 9.673 atentados, a razón de cinco por día desde su nacimiento. «Pensábamos que el país estaba maduro para implantar la revolución comunista», dirían varios de sus miembros al ser juzgados. El Estado nunca quiso negociar la liberación de Moro, pese a que parecía posible.

«El secuestro llevó a un callejón sin salida, en nombre de la razón de Estado y de una presunta razón revolucionaria», admite hoy Adriana Faranda, la mujer que con poco más de 20 años siguió a Moro estudiando el mejor lugar para secuestrarle.

A las 10 de aquella mañana del 16 de marzo se debía votar en el Parlamento la confianza a un Gobierno democristiano apoyado desde fuera por el Partido Comunista Italiano (PCI) de Enrico Berlinguer, el mayor de Europa. Habría sido la primera gran coalición europea, concebida con enormes dificultades porque rompía los acuerdos de Yalta (1945) sobre la distribución del mundo en áreas de influencia entre EEUU y la URSS. Italia no podía ser comunista.

«Chile enseña», dijo Moro, en referencia al golpe contra Allende de cinco años antes. El líder de la DC proyectaba una coalición católico-comunista, una herejía respecto a la Doctrina de Seguridad Nacional de EEUU. Ocho lustros más tarde hay indicios, aunque no pruebas, de una posible manipulación exterior de las BR.

Poco después de las 8.45, un comando de las BR bloqueó el coche de Moro, no blindado, nada más salir de su vivienda y mató a sus cinco escoltas. Comenzaba el mayor psicodrama politicosocial de la historia de Italia, que duraría 55 días: se cerraron escuelas, bares, restaurantes y tiendas en una Roma acordonada por el Ejército, y se convocaron huelgas en todos los sectores.

Se han celebrado cinco procesos judiciales (uno en curso) sobre el asesinato, han investigado siete comisiones parlamentarias y se han publicado casi un centenar de libros de investigación. El resultado más evidente de esta montaña de papeles es que las BR no han dicho nunca toda la verdad. La última novedad surgida de los tribunales es que en la escena del secuestro había al menos una persona vinculada a la mafia. «Mi padre es el fantasma de una Italia sin paz», ha dicho el hijo de Moro, Giovanni.

La muerte de Moro fue el punto más alto de la violencia de la banda terrorista y el inicio de su declive. Señaló también el inicio de la disgregación de los partidos políticos tradicionales. El final lo marcaron las urnas el pasado 4 de marzo, dejando en la cuneta a los herederos de los que en 1978 eran los grandes partidos del país. Prevalecieron la indignación del Movimiento 5 Estrellas y la xenofobia y el antieuropeísmo de la Liga. La protesta.