Cada vez que se produce un tiroteo de masas en Estados Unidos, parte de la clase política y los creadores de opinión apuntan a los trastornos mentales, los videojuegos bélicos o la exaltación de la violencia en la cultura popular como las principales causas de la sangría cotidiana que generan las armas de fuego. «La enfermedad mental y el odio apretaron el gatillo, no la pistola», dijo el presidente Donald Trump el lunes, poco después de que 30 personas fueran asesinadas en El Paso (Tejas) y Dayton (Ohio). Pero ese mantra, repetido por la América conservadora para evitar que se hable de lo que realmente distingue a EEUU de otros países, la facilidad de la población civil para acceder a las armas, no acaba de sostenerse, según los estudios.

El criminólogo de la Universidad de Alabama, Adam Lankford, publicó en el 2016 un estudio que analizaba las muertes a mano armada en 171 países y concluyó que la tenencia de armas entre la población civil es un factor mucho más decisivo que la incidencia de las dolencias mentales. «Si los trastornos fueran el factor principal, los países con índices de suicidio más elevados tendrían también más tiroteos, pero no es lo que vemos», afirmó Lankford. Es innegable que muchos asesinos de masas exhiben síntomas de delirio, paranoia o depresión severa.

Un análisis del FBI del perfil de 63 asaltantes determinó que el 25% había sido diagnosticado con una enfermedad mental. Y de ellos, un 3% con un desorden psicótico. Pero también concluyó: «Por sí solas, las enfermedades mentales no son un factor de riesgo».

INFLUENCIA DEL VIDEOJUEGO

Las asociaciones psiquiátricas estadounidenses llevan tiempo reclamando a la clase política que deje de estigmatizar a sus pacientes. Y algo parecido sucede con aquellos que estudian el impacto de los videojuegos. Un estudio oficial publicado en el 2004 sostuvo que solo el 12% de los autores en más de una treintena de tiroteos en centros escolares habían mostrado interés por los videojuegos violentos.

Los expertos coinciden en que no hay perfiles monolíticos a la hora de determinar los factores que llevan a un pistolero a matar indiscriminadamente a inocentes. Pero un trabajo del Violence Project, financiado por el Departamento de Justicia, ha encontrado algunos rasgos comunes entre ellos al analizar decenas de masacres cometidas desde 1999. El primero es que la mayoría de los asaltantes sufrieron traumas infantiles o estuvieron expuestos a la violencia desde que eran niños: acoso escolar, violencia doméstica, suicidio parental, abusos sexuales.

Un segundo factor recurrente es que casi todos los pistoleros sufrieron una crisis personal en las semanas o meses que precedieron a sus actos. Pudo ser laboral o sentimental, pero dio pie a cambios de comportamiento observados en su entorno y una marcada sensación de agravio.

Otro componente es el factor de contagio de los tiroteos y la radicalización de sus autores en internet. La mayoría estudiaron las matanzas de sus predecesores, recompensados con la notoriedad mediática. «El miedo social y la fascinación con los tiroteos de masas sirve parcialmente de motivación para cometerlos», escriben los directores del Violence Project en el L.A. Times.

El último rasgo común es que los pistoleros tenían acceso a las armas. En los tiroteos escolares, el 80% de los asaltantes las obtuvieron de sus propios familiares. En los tiroteos producidos en el trabajo, las compraron legalmente en la mayoría de casos.