Había empezado el día con apego a la tradición: huevos con carne para desayunar en el último desayuno terrestre de Bob Behnken y Dough Hurley antes de partir hacia la Estación Espacial Internacional. Los dos veteranos astronautas de la NASA se enfundaron sus trajes, subieron a uno de los Tesla de Elon Musk y le dieron al playlist para que sonara el Back in Black de AC/DC, seleccionado minuciosamente para conmemorar el regreso a la plataforma de lanzamiento 39A, inutilizada desde el último vuelo del transbordador espacial Atlantis hace nueve años. Ya dentro de la cápsula 'Dragon Crew, montada en la punta del cohete acelerador Falcon 9, nada falló. No hubo ni un solo contratiempo. Únicamente el clima se confabuló para que el primer vuelo de una compañía privada al espacio se tuviese que aplazar.

La epopeya volverá a intentarse el sábado a las 15.22 hora de Florida (21.22 en España). Pero en el Centro Espacial Kennedy el ánimo era celebratorio. Ha sido un gran día para la NASA y un gran día para SpaceX. Nuestros equipos han trabajado juntos de forma impresionante, tomando buenas decisiones durante todo el camino, dijo el administrador de la agencia espacial estadounidense, Jim Brindenstine. Este es un sueño hecho realidad, terció Musk, el fundador de SpaceX, la compañía escogida junto a Boeing por la NASA para llevar desde ahora a sus astronautas al espacio. No es algo que de verdad creyéramos que acabaría sucediendo. Cuesta creer que sea real.

SpaceX ya controla el 70% de la cuota de mercado en el lanzamiento de satélites comerciales y espera ahora convertirse en la primera empresa no estatal en fletar viajes tripulados al espacio. Una misión que, de tener éxito el sábado, podría acelerar la que se ha vendido como una nueva era en la exploración espacial, el inicio de los viajes comerciales para orbitar sobre la Tierra, un servicio que abriría la puerta al turismo espacial, los viajes científicos y las misiones al espacio de países sin infraestructura propia para circunvalar el planeta.