Zhou esperó durante meses la llamada del estudio cinematográfico que la había despedido cuando emergió el coronavirus. Las salas reabrirán en verano pero aún esperan su oportunidad las películas amontonadas en el cajón. La industria contrata para proyectos y sigue muy parada, ahora sobrevivo con alguna traducción, lamenta la pequinesa treintañera. Su trabajo estacionario no le da derecho a cobertura por desempleo. China ha erradicado el virus y ahora brega contra la pandemia del paro. La cifra oficial señala un razonable 5,9%, pero sólo atiende al desempleo urbano e ignora a los 300 millones de emigrantes laborales. Estudios independientes son menos optimistas: la Société Générale habla del 10% y la firma Zhongtai Securities lo elevaba en abril hasta el 20,5%. Rondaría los 70 millones de desempleados, superiores a la población del Reino Unido.

Los pronósticos apocalípticos de Occidente siempre han recurrido al paro. Alertaban más de una década atrás que China necesitaba crecer al 10% para crear empleo y que por debajo asomaba el caos. El PIB ha menguado desde entonces hasta el 6% sin problemas serios consignables. El desempleo no traerá el apocalipsis pero sí perturba la estabilidad social, mantra del discurso oficial. Decenas de millones de parados ociosos inquietan a Pekín y cuestionan una legitimidad que, a falta de elecciones, descansa en su eficiencia económica. Una sociedad confuciana espera de su Gobierno que cuide a los mayores, dé trabajo a los adultos y educación a los niños.

La reciente Asamblea Nacional Popular o Parlamento chino subrayó la prioridad. El primer ministro, Li Keqiang, eludió por primera vez la mediática cifra del crecimiento económico para que ningún asiento contable distrajera de lo sustancial. Li pronunció la palabra empleo 39 veces, nueve más que el pasado año a pesar de que este discurso fue mucho más corto, recuerda Xulio Ríos, director del Observatorio de Política China. Es la clave de la gestión en este año porque tienen miedo de que provoque problemas serios. La situación es más compleja que diez años atrás. Habrá que atender la evolución exterior: si no hay pedidos y el comercio se detiene, quedará muy afectado el pulmón costero, continúa.

Peor que en el pasado

China ya lidió con otros aluviones de desempleados, pero ninguno tan inquietante. A finales de los años 90, el cierre de las paquidérmicas empresas estatales dejó en la calle a 25 millones de trabajadores, y otros 20 millones perdieron el empleo en la crisis global del 2009. Los cálculos más pesimistas actuales triplican aquellas magnitudes y el efervescente sector privado que absorbió a los parados entonces está exhausto tras los embates del coronavirus. Han quedado devastados el turismo, la hostelería o el ocio y la caída de la demanda global golpeará al sector manufacturero que el pasado año empleó a 112 millones de chinos. Y nueve millones de licenciados universitarios llaman a la puerta. Parece la tormenta perfecta.

Los más vulnerables son los emigrantes o 'mingong' que abandonan sus provincias rurales para emplearse en la industria de la costa oriental y las opulantes ciudades. Sobre la milenaria capacidad de esfuerzo de ese ejército, al que nunca le faltaron fábricas para emplearse, ha descansado el grueso del milagro económico chino.

Las restricciones de movimiento dictadas por la pandemia le impidieron a Yang, empleada doméstica, regresar de su Sichuan natal a Pekín tras las vacaciones de Año Nuevo. Durante meses apenas contó con los 50 yuanes (6,3 euros) que recibe por su discapacidad física. Y cuando llegué a Pekín, muchos clientes no me contrataron por miedo al contagio. Si tienes un trabajo a tiempo parcial, estás sola ante la adversidad, cuenta.

Deficiencias estructurales

Las coberturas sociales chinas son las de un país con vastas zonas aún en vías de desarrollo y un PIB más deslumbrante que su renta per cápita. Como en tantas otras cuestiones, mucho ha hecho y mucho queda por hacer. La extensión de la cobertura médica universal ha minimizado aquellas ruinas inmediatas de las economías familiares cuando asomaba cualquier enfermedad. Los avances en las pensiones por desempleo son más humildes. Los despidos de los años 90, que desencadenaron protestas en el noreste, condujeron a una cobertura dirigida primero las zonas urbanas y después a las rurales.

Pero requisitos exigentes como la obligación de cotizar un año completo, cuando muchos 'mingong' dejan el puesto de trabajo a los 10 meses para disfrutar de las vacaciones de Año Nuevo, privan de las coberturas de desempleo. Solo 2,3 millones las percibieron en el primer cuatrimestre, con una media de 1.350 yuanes (170 euros), según el Ministerio de Recursos Humanos y Seguridad Social. Se suma la desquiciante burocracia china y el fraude empresarial. Las contribuciones a la seguridad social del empresario aumentan un 30% el coste del trabajador así que muchos alivian la carga rebajando el sueldo nominal o con contratos temporales.

Las últimas medidas de Pekín incluyen la eliminación del requisito del año cotizado completo, los incentivos para la contratación en infraestructuras y fondos hacia los gobiernos locales para que los desamparados cuenten con unas garantías mínimas.

El peligro de perder lo ganado

La crisis también amenaza las conquistas laborales, una de las mejores y más ignoradas noticias que ha generado China en los últimos años. Son humildes medidas en términos occidentales y gigantes en términos chinos. Los chinos asumieron la explotación como un imperativo telúrico durante miles de años, ya fuera por un mandarín, un terrateniente o un capataz de obra. La ley del contrato laboral del 2008 multiplicó sus garantías y la boyante economía triplicó el salario mínimo entre el 2005 y 2014.

Pero la guerra comercial y el coronavirus han recortado los sueldos y precarizado el empleo, sostiene Geoffrey Crothall, de la organización China Labour Bulletin. El Gobierno está más preocupado en estabilizar el empleo y evitar los despidos masivos que en los programas para crearlo. Parece creer que, si multiplica las concesiones a las empresas privadas, estas resolverán el problema. Pero lo cierto es que la mayoría de empleos creados son precarios, tienen salarios bajos y no ayudarán mucho a la recuperación económica a largo plazo, señala.