Taiwán es aquel hombre invisible que asistía aterrorizado frente al espejo a la progresiva desaparición de sus miembros. Hoy ha perdido El Salvador. Es el tercer país que abraza a China este año en un trasvase pertinaz que los taiwaneses viven como una tragedia nacional. Apenas una docena y media escasa de gobiernos se resisten aún a Pekín, empeñada en borrar la presencia taiwanesa del mapa.

La última fuga fue confirmada esta mañana por Joseph Wu, ministro de Exteriores de la isla. Ha explicado que El Salvador exigía insistentemente ayuda económica para un proyecto portuario elefantiásico a pesar de los informes de viabilidad contrarios y ha insistido en que Taipei está “totalmente en contra de competir en la diplomacia del dólar con China”. También ha sugerido razones políticas espurias: “El Salvador elegirá a un nuevo Gobierno el próximo febrero. El partido en el poder va por detrás en las encuestas y desea recibir fondos para la campaña”, dijo aludiendo a Pekín.

El Salvador no ha perdido el tiempo. Su presidente, Salvador Sánchez Cerén, confirmaba en televisión el fin de los viejos vínculos diplomáticos con Taiwán mientras su ministro de Exteriores, Carlos Castaneda, firmaba los nuevos en Pekín. El relevo fue razonado por Castaneda en la pretensión de elevar el nivel de vida del país y procurar beneficios tangibles a su pueblo.

Dolorosa liturgia

Es una dolorosa liturgia para Taiwán. Es el tercer país que pierde en un año y el quinto desde que en 2016 ganase las elecciones el Partido Democrático Progresista (PDP), partidario de alejarse de Pekín. Sólo mantiene a 17 países de peso mosca, casi todos en Latinoamérica y el Caribe. Ni siquiera el reciente viaje por la zona de su presidenta, Tsai Ing-wen, revirtió la tendencia. “Taiwán no se arrodillará ante la presión, sino que aumentará nuestra determinación y unión”, dijo tras sus paradas en Paraguay y Belice, dos de sus últimos bastiones.

La presión de Pekín se ha intensificado desde que Tsai irrumpió en escena. No pertenece al ala dura de su partido que exige la declaración formal de independencia contra la que Pekín ha advertido que usará la fuerza militar. Tsai ha prometido que mantendrá el statu quo y propuestas como la expansión del poder blando de Taiwán en organizaciones no gubernamentales revelan su cautela y posibilismo. Pero también defiende el acercamiento “de Estado a Estado” y enfatiza la identidad taiwanesa más de lo que Pekín puede digerir. China sólo se siente cómodo lidiando con el Kuomintang, más afín a sus postulados, y el PDP le irrita sin remedio.

El reciente viaje de Tsai a Estados Unidos subrayó la tensión. Pekín acusó a Washington de pisarle el callo taiwanés después de que la presidenta fuera invitada a las instalaciones de la NASA, vetadas a los dirigentes chinos por miedo al espionaje. Más ruido generó aún su visita en Los Ángeles a una célebre cadena de panaderías taiwanesa. Los internautas chinos exigieron el boicoteo a sus 600 establecimientos en el gigante asiático y la compañía hubo de aclarar su apoyo firme al “consenso de 1992” de una sola China que permite la interpretación opuesta a ambas orillas del estrecho de Formosa. Entonces llegó el boicoteo de los taiwaneses. Ese es el ambiente: basta un croissant para el incendio.

La isla rebelde

China reclama como suya la isla desde que los nacionalistas se refugiaran allí en 1949 tras la guerra civil contra los comunistas. Taipei ocupó el asiento chino en la ONU hasta la visita de Richard Nixon en 1971. La llamada isla rebelde es hoy un caso único en el escenario internacional. Pekín exige como requisito para las relaciones diplomáticas el reconocimiento del principio de una sola China, lo que ha provocado el tránsito continuo. En ese limbo jurídico permanece Taiwán, con un gobierno soberano pero sin reconocimiento internacional.

“Nos concentraremos en los países que comparten similares valores para luchar juntos contra el comportamiento internacional de China, cada vez más fuera de control”, ha adelantado Tsai. Taipei esgrime hoy sus principios democráticos como argumento ante los gobiernos extranjeros que cada vez reciben menos inversiones a fondo perdido porque la economía isleña ya no es la que era. El cuadro actual convierte en suicida la falta de relaciones con la segunda economía del mundo e inminente primera.