China purgará la tecnología extranjera de sus oficinas gubernamentales e instituciones públicas. La medida atiza de lleno a las multinacionales estadounidenses y se entiende como la respuesta a similares restricciones de Washington contra la industria china alegando cuestiones de seguridad nacional. Es el último cañonazo de una guerra geopolítica y comercial entre las dos potencias que en el siglo XXI se ventila en el terreno tecnológico.

La misión se antoja complicada en un mundo dominado por las multinacionales estadounidenses y con dudas razonables de que la tecnología china haya adquirido la madurez necesaria. Afectará a unos 30 millones de ordenadores, según las cuentas del diario 'Financial Times'. Un 30% de ellos serán sustituidos en el 2020, el 50% en el 2021 y el 20% restante en el 2022. El grueso de los ordenadores en las oficinas pertenecen al gigante chino Lenovo pero utilizan el sistema Windows de Microsoft y encierran en su interior procesadores, chips y semiconductores de compañías estadounidenses. Varias fuentes han confirmado al diario británico que la medida fue aprobada a principios de año y que en julio se habían completado ya un centenar de pruebas para medir su viabilidad. El próximo año se extenderán a sectores sensibles como el energético, el financiero o las telecomunicaciones.

La pugna geopolítica y la desconfianza empujan a China y Estados Unidos hacia los compartimentos estancos tecnológicos en la era de la globalización. Washington ya había prohibido a sus funcionarios el pasado año que utilizaran equipos de Huawei y otras compañías chinas como ZTE y en mayo alegó una presunta emergencia nacional para dictar una ley ejecutiva contra la tecnología de "adversarios extranjeros". No especificó el objetivo pero se entendió que Huawei estaba detrás de los "riesgos inaceptables" para la seguridad nacional. La multinacional de Shenzhen ha sido señalada tercamente como un espía a las órdenes de Pekín. La normativa, que prohíbe la venta de tecnología estadounidense sin el permiso del Gobierno, ha empujado a Huawei a una carrera por la autodependencia tecnológica.

De las palabras a los hechos

El Gobierno chino está inmerso en un proceso similar. El presidente, Xi Jinping, ha enfatizado el desarrollo de la industria nacional para blindarse contra las embestidas estadounidenses en la guerra comercial. Ya en el 2014 urgió a que la banca, el Ejército y las compañías estatales erradicaran los ordenadores extranjeros. El ambicioso plan 'Made in China 2025', que pretende el liderazgo global en ese año en las industrias más avanzadas, apunta al desarrollo de equipos informáticos que jubilen la larga supremacía estadounidense. Detrás está la ley de ciberseguridad del 2017, que busca una tecnología "segura y controlable", un eufemismo para referirse a la tecnología doméstica. La medida conocida hoy supone la transición del discurso a los hechos.

Aquellos castigos a Huawei descompusieron a China, que acusó a Washington de embridar su expansión con trapacerías y le animó a que superase una mentalidad anclada en la guerra fría. No es previsible mucha más mesura de Trump ante una medida que privará de un buen cliente a compañías como HP, Dell o Microsoft. Tampoco es probable que acerque la ansiada paz comercial que ya se festejaba unas semanas atrás. La actualidad, sin embargo, ha arruinado un acuerdo que Trump pretendía airear en las elecciones presidenciales y que ha desaparecido del calendario. Las recientes leyes estadounidenses sobre Hong Kong y los uigures han sido interpretadas por China como una intolerable intromisión en sus asuntos internos.