La guerra comercial sigue la senda prevista. China anunció ayer que subirá los aranceles a las importaciones estadounidenses en respuesta a la misma medida que había aprobado Estados Unidos (EEUU) la semana pasada. La casuística anticipaba la reacción de Pekín y el calentamiento de un conflicto bilateral con potenciales consecuencias globales. La medida provocó ayer que Wall Street abriera con pérdidas.

Pekín incrementará los aranceles de 5.140 productos estadounidenses del 10 % actual al 25%, reveló el Ministerio de Comercio. La medida entrará en vigor el 1 de junio y afectará a importaciones valoradas en 60.000 millones de dólares (53.300 millones de euros), según las cuentas de Pekín. La lista vuelve a castigar al sector agrícola y ganadero estadounidense, el único que registra un superávit con China y donde Donald Trump recoge el grueso de sus votos. Entre los productos figuran cacahuetes, azúcar, trigo, pollo y pavo.

Los últimos tuits de Trump acabaron de disipar las dudas sobre la decisión de ayer. «China no debería tomar represalias, solo empeorará su situación», advirtió, así que a Pekín no le quedó más opción que tomar represalias para que el mundo y su pueblo no percibiera la cobardía. Es difícil pensar que a Trump se le escapase un razonamiento tan pedestre.

IR A REBUFO

Washington había aumentado la semana pasada los aranceles a importaciones chinas también del 10 al 25 % por un valor de 200.000 millones de dólares (177.000 millones de euros). Cabe destacar que China va a rebufo de la hostilidad de Estados Unidos y con munición menos pesada porque aún alberga esperanzas de que es posible una solución pactada.

Trump ha acusado a Pekín de incumplir su palabra y los negociadores chinos tendrán que sumergirse en el pragmatismo para olvidar una ofensa que aquí no es ligera. «Le digo abiertamente al presidente Xi y a todos mis amigos en China que China sufrirá heridas muy graves si no firman un acuerdo porque las compañías se irán de China hacia otros países. Será demasiado caro comprar en China. Tenía un gran acuerdo, casi completado y se retiró», dijo en su catarata de tuits.

SIN ACUERDOS

Las dos potencias mundiales finiquitaron la semana pasada su undécima ronda de negociaciones en Washington sin ningún acuerdo. Desde la Casa Blanca se subrayó su «carácter constructivo» mientras Pekín regateó la hipocresía con un elegante silencio. No hay planes sobre la duodécima ronda y las esperanzas se centran ahora en la reunión de Xi y Trump en junio en Japón.

En China se asume que llegan tiempos de plomo y se pide más prudencia que beligerancia. «Arrogante por su fuerza, Washington provocó la guerra comercial, creyendo que los aranceles bastan para aplastar a China. La respuesta china demuestra la filosofía del taichí. Se ha adherido a sus principios, sin temer la guerra comercial mientras trata de desactivar las provocaciones estadounidenses con un robusto aguante», decía ayer el matutino Global Times.

Aseguraba el editorial que China ha previsto todos los escenarios, incluido el de un punto de no retorno en la guerra comercial. «La percepción de que China no aguantará es una fantasía y un juicio erróneo», sostenía.

El editorial del Diario del Pueblo adelantaba que China nunca se arrodillará ante ningún tipo de presiones. «Quizá Washington deba plantearse algunas cuestiones: ¿en qué era está ahora el mundo? ¿Qué clase de crecimiento tiene ahora China? ¿Cuántas oportunidades de mercado perderá Estados Unidos con estas violentas fricciones comerciales?», continuaba.

Los mensajes de Pekín y la tímida subida arancelaria subrayan la voluntad pactista de China, pero también es verdad que no resulta para nada improbable que la Casa Blanca lo interprete como un síntoma de debilidad y una inminente victoria por aplastamiento. De ser así la opinión presidencial de Donal Trump, sería un error terrible.