China ha extendido las restricciones en su provincia musulmana de Xinjiang hasta la cuna. Los padres no podrán elegir cualquier nombre para sus hijos que pueda estimular el extremismo religioso o el separatismo. La lista de prohibiciones incluye varias docenas de nombres que, según Pekín, predisponen al fervor integrista.

Los niños uigures no podrán llamarse Yihad, según la nueva 'Regulación sobre nombres para etnias minoritarias' aprobada por Pekín. Hay otras exclusiones menos comprensibles, como Islam, Quran, Meca, Imam, Sadam, Hajj o Medina. Algunos de esos nombres son frecuentes en la comunidad uigur. La noticia ha salido en Radio Free Asia, un medio con fondos estadounidenses y hostil con China. El atosigante control policial en la provincia de Xinjiang impide la confirmación de buena parte de las informaciones sobre la región.

"SIGAN LA LÍNEA DEL PARTIDO Y TODO IRÁ BIEN"

Un policía ha confirmado, asegura el medio, que están prohibidos los nombres “excesivamente religiosos” y de “connotaciones a la guerra santa y al separatismo”. En caso de que los padres duden, aclara, bastará con que “sigan la línea del partido y todo irá bien”. Los niños con nombres prohibidos no podrán ser inscritos en el 'hukou', el centenario registro administrativo que ata a los chinos a su lugar de nacimiento. Los que carecen de 'hukou' están condenados a un limbo sin educación, sanidad ni otros servicios estatales. La regulación otorga rango provincial a unas directrices que dos años atrás había aprobado la ciudad sureña de Hotan.

“Es solo la última de un conjunto de regulaciones que restringen la libertad religiosa en nombre de la lucha contra el extremismo”, ha señalado en un comunicado Sophie Richardson, directora de la oenegéHuman Rights Watch en China. “Si el Gobierno es serio en su pretensión de llevar la armonía y la estabilidad a la región, deberá abandonar las políticas represivas”, ha añadido.

ODIO Y DESPRECIO

Los uigures son un problema étnico mucho más serio que los mediáticos tibetanos. Esa etnia musulmana, de lengua túrquica y emparentada con el Asia Central, acumula pleitos con los han, la etnia mayoritaria china. Los primeros lamentan la disolución de su cultura y las cortapisas a su religión mientras los segundos subrayan el desarrollo económico y los esfuerzos destinados a una región desértica que estaría condenada a la pobreza dolorosa de las repúblicas vecinas. Ambas reclamaciones son ciertas. También lo son el odio y desprecio sin remedio que se profesan dos grupos que han compartido durante décadas el mismo territorio sin mezclarse.

En la región anida un movimiento integrista radical que ha causado cientos de muertos en Xinjiang y el resto del país. La actitud occidental, subrayada por las organizaciones uigures en el exilio, menosprecia la amenaza y acusa a China de exagerarla para legitimar su control policial. Cuesta acomodar esa opinión a la realidad. Un gran número de uigures se ha enrolado en los últimos años en el Estado Islámico (EI) y prometido venganza. Los atentados tampoco han sido escasos ni leves. Un grupo de uigures mató con cuchillos y espadas a 31 civiles en el 2014 en la estación de Kunming (provincia de Yunnan), en unos hechos conocidos como el 11-S chino. El presidente chino, Xi Jinping, pidió un “telón de acero” para asegurar la estabilidad de la región.

LAS BARBAS "ANORMALES"

Ocurre que la lucha contra el terrorismo ha incluido regulaciones pedestres, ridículas y discriminatorias que cargan de razones a los relativistas. Una ley contra el extremismo religioso aprobada meses atrás incluía una quincena de prohibiciones como el velo para las mujeres y las barbas “anormales” en los jóvenes (las excesivamente largas, se aclaró después). También se obligaba a ver la televisión y radio públicas y se prohibía que los niños fueran educados en casa para evitar la enseñanza nacional. Todas esas actividades, señalaba la ley, eran sospechosas de extremismo.

El celo chino ha provocado el cese de un funcionario uigur que se negó a fumar ante ancianos de su etnia como ordena su tradición. El partido explicó que ese gesto reflejaba “timidez” en su lucha contra el extremismo religioso.