Control de riesgos, estabilidad, prudencia, cortafuegos... China asume un crecimiento económico más humilde a cambio de fortalecer el blindaje ante las inestabilidades internas y externas que la amenazan. El discurso del primer ministro, Li Keqiang, recordó que los tiempos de una economía tan exuberante como desordenada han quedado atrás y urge embridarla.

Li Keqiang ha anunciado este domingo una expansión del PIB del 6,5% en el discurso de apertura de la Asamblea Nacional Popular (ANP, el Parlamento chino). Esa cifra supondría otro mínimo histórico después de que el 6,7% registrado en el 2016 fuera el crecimiento más bajo en 26 años. Es habitual que la atención global se concentre cada año en ese frío número como termómetro del desarrollo mundial. La visión del Gobierno chino es más panorámica, ni compartía la algarabía cuando encadenaba crecimientos de dos dígitos años atrás ni la aflicción actual cuando lo recorta. De cumplirse ese 6,5%, y los dirigentes chinos han mostrado un ojo clínico en sus vaticinios, seguiría disfrutando de unos de los crecimientos más robustos del mundo.

A Pekín le desvela lo que rodea a esa cifra. El mundo ha dejado de ser ese ecosistema abierto que agradecía la llegada de sus manufacturas y posibilitó su milagro económico basado en el modelo de fábrica global. El 'Brexit', Trump y el proteccionismo en general amenazan la marcha de la economía global y, sobre todo, de la china. Li alertó contra el acentuado proteccionismo. "Existen muchas incertidumbres sobre la dirección de las políticas de las principales economías y sus efectos secundarios. Los factores que pueden causar inestabilidad son visiblemente mayores", ha afirmado en su discurso ante 3.000 delegados. "Siempre nos opondremos al proteccionismo en sus diferentes formas y nos involucraremos cada día más en el gobierno global", ha añadido. Trump ha convertido a China en un elemento de estabilidad mundial y en un inesperado paladín del libre comercio.

EL 'FACTOR TRUMP'

Las cautelas ante los factores externos han sido recurrentes en los discursos de la última década en la Asamblea. Pero lo que otros años era una referencia indeterminada y dispersa se concentra hoy en Trump. China ha gestionado durante tres décadas retos mayúsculos como la lucha contra la pobreza en un país gigantesco y en vías de desarrollo, la relación preocupante entre recursos naturales y población o los sensibles procesos de industrialización y urbanización. Con Trump llega un factor desestabilizante que Pekín aún no sabe cómo tratar. Sus tenaces e ignorantes denuncias sobre la manipulación china de la moneda o las amenazas a masivos aranceles adelantan un escenario hostil que desborda largamente esos roces económicos pasados y previsibles entre las dos mayores potencias del mundo.

Trump le llega a China cuando más calma necesita. Pekín acometerá este otoño el crucial relevo de su cúpula y se esfuerza en virar su antiguo modelo económico de manufacturas baratas, inversión pública e industria pesada a otro más racional basado en el autoconsumo. Se entiende, pues, que la estabilidad se repita estos días como un mantra.

El primer ministro ha prometido 11 millones de nuevos trabajos en las zonas urbanas y urgido a los gobiernos locales a atender a los millones de chinos desempleados. Li ha anunciado que China recortará la producción de acero en 50 millones de toneladas y la de carbón en 150 millones de toneladas. El nuevo foco en las energías más respetuosas con el medio ambiente ha supuesto millones de despidos en la industria pesada. Muchos de ellos son trabajadores ya mayores y de baja cualificación con posibilidades mínimas de recolocación y mucho riesgo de convulsión social.

Li ha enfatizado la necesidad de control. "Los riesgos sistémicos están bajo control pero debemos estar alerta (…) Aseguraremos el orden en el sistema financiero y construiremos un cortafuegos contra los riesgos", prometió.

El primer ministro también ha repetido que no se discuten las reformas económicas, las más ambiciosas y complejas desde la apertura. El camino hacia una mayor liberalización es más pedregoso de lo esperado. Las paquidérmicas e ineficientes empresas públicas que Pekín pretende adelgazar aún conservan un peso desmesurado mientras el de las privadas no avanza al ritmo esperado.

A Pekín se le acumulan los problemas económicos. Requiere de una reforma cambiaria por la devaluación de su yuan frente al dólar, pero las críticas de Trump desaconsejan ejecutarla por el momento. Y la deuda pública ha alcanzado ya el 250% de su PIB y coloca a Pekín ante una dilema shakesperiano: seguir estimulando la economía o cortar el crédito masivo.