La lectura de prensa ha sido esta mañana un ejercicio delirante. Lamuerte de un símbolo democrático monopolizaba las portadas globales mientras las chinas lo ignoraban. Xinhua, la agencia oficial, encabezaba su web con las inmejorables relaciones sinocanadienses, los conflictos fronterizos con India y el secuestro de un estudiante chino en Estados Unidos. La única y previsible excepción en la prensa oficial es el ultranacionalista Global Times, diario en inglés y dirigido a extranjeros. Culpa a Occidente de “secuestrar” a Liu Xiaobo al concederle el Nobel, vaticina que su “aureola” no perdurará” y culpa de su “trágica vida” a la terquedad por enfrentarse a la sociedad china con apoyos extranjeros.

El Ministerio de Exteriores abundó en lo sabido: el tratamiento médico fue ejemplar, el mundo no debe inmiscuirse en los asuntos internos chinos y aquel Nobel de la Paz fue “una blasfemia”. El único comunicado oficial fue enviado directamente a la prensa extranjera y no fue colgado en la web ministerial. Ese perfil bajo aclara las prioridades: a Pekín le preocupa más que su pueblo conozca a Liu que defender su mensaje.

La censura da lo mejor de sí en estas ocasiones. Su nombre está bloqueado en la red. También iniciales como LXB, RIP o su ya icónica frase “No tengo enemigos”. Incluso el emoticono de una vela que se usa después de tragedias naturales o muertes de personajes famosos en señal de duelo. También en estas ocasiones los internautas dan lo mejor de sí. Los homenajes que han superado el filtro incluyen variaciones sobre el nombre de Liu, la simple inscripción de sus años de nacimiento y muerte y fotos de una silla vacía (como la que presidió la concesión del Nobel cuando estaba encarcelado) o de la tormenta eléctrica que anoche cayó sobre Pekín con la aclaración de que la muerte de “alguien” había enfurecido al cielo.

DISIDENTE DESCONOCIDOS

Es un juego que no oculta la certeza de que pocos conocen en China a Liu o al resto del gremio disidente. El icono global podría haber paseado el mes pasado por cualquier calle céntrica de Pekín sin agobios. Sólo una minoría, normalmente con conocimientos de inglés y viajada, podría haberle reconocido. En el barrio céntrico de Sanlitun, que acoge a las embajadas y al grueso de la población extranjera, sólo una persona de siete sabía esta mañana quien era.

La explicación más perezosa y común lo achaca a la censura pero la verdad es más dolorosa. Peor que la ignorancia es la indiferencia de un pueblo genéticamente apolítico. Los chinos suelen reaccionar con distancia cuando se les explica que su compatriota ha consagrado (y sacrificado) su vida por defender los derechos humanos, la democracia y otros vaporosos conceptos.

CAMINOS DIVERGENTES

Tiananmén separó los caminos de Liu y el grueso del pueblo chino. El primero forjó ahí su incondicional compromiso político y el segundo firmó un pacto tácito con el Gobierno de estabilidad por desarrollo. El masivo apoyo popular hacia el Partido Comunista de China que certifican encuestas de prestigiosos institutos internacionales descansa en el cumplimiento de su parte. La lucha de Liu y compañía es tan elogiable, necesaria y heroica como poco representativa de una sociedad tan pragmática como lo era la hongkonesa hasta que se gripó su economía. A Ding Zilin, presidenta de las Madres de Tiananmén, sus mejores amigos la aconsejan que olvide al hijo muerto y no alborote. La convulsa y trágica historia moderna china apuntala el apego social a la estabilidad actual. La población vive hoy mejor que hace 30, 20 y 10 años e intuye que vivirá aún mejor dentro de 10, 20 y 30 años.

Es improbable que China recuerde dentro de décadas a quien hoy no conoce. Es más realista encomendarle los deberes a Occidente. Pero entre toda la bilis que rezumaba el editorial del Global Times emergía una lacerante verdad: nadie se acuerda hoy de Wei Jingsheng, disidente chino deportado a Estados Unidos en 1997 y ensalzado entonces por la prensa global como paladín democrático.