Lejos de los argumentos que explican el desvanecer libio como consecuencia del vacío de seguridad y el ascenso del extremismo religioso en algunas regiones del país, la estabilidad de Libia se resiente de manera especial por razones vinculadas al control de los recursos energéticos, origen y consecuencia de luchas intestinas entre las diferentes tribus. La herencia del dictador abatido en el 2011, Muammar el Gadafi, fue esta: atomización tribal, ausencia de instituciones e ingentes reservas de petróleo.

Guerras intertribales y el recurso del petróleo

La actual guerra de Libia es civil y de marcado acento tribal por la gestión de los pozos petrolíferos y las refinerías. ¿Quiénes la protagonizan? Las fuerzas del general Jalifa Hafter y las fuerzas de Faiez Serraj. Son los rostros políticos visibles de clanes tribales enfrentados desde los tiempos de Gadafi, responsable del mal reparto de sus arcas favoreciendo a unos en detrimento de otros. Desde el 2014, Hafter encabeza una operación de control territorial y por tanto económico que empezó en la región de la Cirenaica, al este de Libia, en donde se sitúan sus aliados formando una especie de autogobierno. Desde esta región, Hafter ha cooptado voluntades de las tribus del sur del país, en la región de Fezzan, como los toubous, y después de consolidar su hegemonía política y militar al este y al sur, orquestó una nueva incursión en la tripolitana, al oeste. Esta zona, sin embargo, está bajo control de Serraj y su élite tribal, los misratís, quienes acabaron con la vida de Gadafi.

Los leales de Serraj abortaron el proceso electoral del 2014 bajo el argumento de "corregir la Revolución del 17 de Febrero" (2011). Esta había permitido a los aliados del dictador continuar con buena parte de la explotación de los recursos energéticos sin que ello beneficiara al conjunto de la sociedad. La intervención, a posteriori, de Naciones Unidas y su mediación para el acuerdo de paz alcanzado en Marruecos en el 2015 desembocaron en un gobierno de unidad nacional no reconocido por el enemigo Hafter y sus correlegionarios.

El papel de la ONU y las negociaciones terminaron en saco roto cuando Hafter preparó una nueva ofensiva para hacerse con el control de todo el país hace más de 10 meses. Su empoderamiento lo alcanzó con los apoyos financieros de Estados Unidos, Rusia y sobre todo de Emiratos Árabes. Tenía claro que ganaría la guerra con la fuerza militar hasta que Turquía se interpuso en su camino con sus mercenarios sirios.

Las peligrosas milicias

La creación de milicias, poco después de la caída de Gadafi, como sustitutas de un ejército nacional que hubiera permitido sentar las primeras bases de un nuevo Estado, generó otro floreciente negocio: las armas. Las que entraron durante la intervención de la OTAN para derribar el régimen gadafista y las que siguieron desembarcando en el país, a través del Sahel, para apoyar militarmente a los diferentes centros de poder que se organizaron en el escenario libio. De hecho, el arma y el mercenariado han representado los nuevos oficios de los libios, llegando a asfixiar el país. Sólo una desmilicinización permitiría abrir una página en blanco para Libia.

El desafío de las migraciones

En lo que llevamos de año, al menos mil refugiados y migrantes han sido interceptados en el Mediterráneo, según la Organización Internacional de las Migraciones (OIM). El número es insignificante al compararse con los miles y miles de personas que cruzaron por Libia en los últimos años y que convirtió al país del norte de África en el principal canal de la emigración clandestina y las más peligrosa. Lo sigue siendo. El peligro no era tanto por el riesgo a naufragio, que también, sino por la dimensión criminal y el negocio millonario que se generaron a partir de la movilidad de personas. Los libios violaron los derechos humanos, expusieron a las mujeres a trabajos de esclavitud y a la explotación sexual.