Siempre se ha dicho que los españoles se pasan la noche despidiéndose, pero nunca se van. Lo opuesto serían los franceses, que desaparecen sin decir nada. Los británicos han logrado una variante: amenazar con irse a todas las horas sin abonar su parte del regalo al anfitrión y seguir como si nada aferrados a la barra de un bar llamado Bruselas.

Los 160.000 afiliados al Partido Conservador británico podrán elegir el martes a su nuevo primer ministro. Tras una larga campaña regada de votaciones de eliminación y debates, quedan dos opciones: el imprevisible Boris Johnson, uno de los adalides del brexit basado en mentiras y emociones, y Jeremy Hunt, ministro de Exteriores del Gobierno de Theresa May, que representa la sensatez. Todo indica que la victoria será de Johnson. Es machista, bocazas y ególatra, como su ídolo Donald Trump. Se llevan tan bien que hasta parece que comparten peluquero (ironía chestertoniana).

Le encanta ser el muerto en el entierro, el novio en la boda y el niño en el bautizo, lo que sea para llamar la atención. Es un populista de personalidad arrolladora que ama las cámaras y acostumbra a soltar lo primero que se le pasa por la cabeza, que no es lo mismo que decir lo que se piensa. De Hillary Clinton dijo: «Tiene cara de enfermera sádica». Ha comparado la UE con Hitler y Napoleón.

Johnson era un remainer (partidario de permanecer en Europa) antes del referéndum de junio del 2016. Si se cambió de bando fue por interés personal, calculó que con el brexit sería antes primer ministro. No pudo suceder a David Cameron, pero sí parece que lo logrará con May. El precio es un país incendiado, dividido y sumido en una crisis política sin precedentes.

Hay similitudes entre EEUU y el Reino Unido: dos países separados por un idioma común, frase atribuida a Bernard Shaw y a Winston Churchill. En ellos, los conservadores de toda la vida respetaban la tradición democrática y liberal encuadrados en el Partido Republicano y en el Conservador, respectivamente. Ambos han dejado de serlo para transformarse en un tumulto de agitadores de bajas pasiones. Son los que han abierto la puerta a los Trump y Johnson, los reyes en la era de la postverdad. Deberíamos asumir que sin esa verdad, situada en el centro de toda la actividad política y periodística, entraremos en la era de la posdemocracia. En ella nos esperan George Orwell, el visionario, y Vladímir Putin, el gran manipulador.

Bravura alfa

Johnson promete una salida el 31 de octubre, que es cuando se acaba el plazo ampliado por la UE. Si Bruselas no cambia una coma del acuerdo de divorcio amenaza con un brexit duro y no pagar sus deudas ni la factura de separación. Sus partidarios sostienen que Hunt es una segunda versión de May, convertida en la traidora que cede ante el enemigo. La UE no le va a regalar a Boris Johnson ni un metro.

Son malos tiempos para tanta bravura alfa porque su Reino Unido saldrá a un mar bravo en el que se están cocinando nuevas crisis económicas, y con un socio natural, EEUU, que no le va a servir de ayuda porque anda en otras batallas con China y México, o quien haga falta. Una de las salidas democráticas de Johnson, o de Hunt si diera la sorpresa, sería convocar elecciones anticipadas.

Hay cuatro partidos empatados en el 20%, lo que es una novedad en un sistema bipartidista basado en elección mayoritaria. Están los tories y el nuevo Partido del Brexit de Nigel Farage, otro xenófobo en línea con Matteo Salvini (aún no sabemos si con conexión financiera con el Kremlin). Ambos son partidarios de la ruptura. Están los resucitados liberal demócratas y los laboristas de Jeremy Corbyn que no anda a la zaga en desnortamiento. Ambos favorecen un segundo referéndum para seguir en la UE. Es difícil que Johnson juegue esa carta. No hay que descartar que el asunto acabe en los tribunales si Boris Johnson opta por una salida sin acuerdo saltándose el Parlamento para evitar un bloqueo.

Rescaté la semana pasada una frase de Muriel Deacon, el personaje interpretado por Anne Reid en la estupenda serie de la BBC Years and years: «Sacar a un loco de la cueva no garantiza nada porque el problema es la cueva, podría ocuparla un payaso». Y en eso estamos.