Los buitres sobrevuelan, a baja altura, la costa de Tamil Nadú, un estado del sureste de la India, donde siguen encontrándose cadáveres en el mar y en la orilla de las zonas azotadas por los tsunamis del pasado domingo.

El distrito de Nagapattinam, de unos 140 kilómetros de longitud, es uno de los más afectados. Ahí se han encontrado 2.300 de los aproximadamente 4.500 muertos --en su mayoría niños-- contabilizados hasta ahora en esta parte de la India. Las autoridades temen que el saldo de víctimas mortales acabará siendo muy superior.

Pero las autoridades también tienen ahora otra preocupación inmediata: evitar que se desencadene una epidemia de cólera. "Estamos muy preocupados por la salud; nos falta sobre todo agua potable y medicamentos", afirma el capitán John Raman, adscrito a una unidad sanitaria del Ejército. "Hay que retirar inmediatamente los cadáveres de los animales y de las personas. El riesgo de una epidemia es muy elevado", añade.

Sin vacunación

Kashi Raman, un responsable del hospital de la localidad de Vailakanni, a ocho kilómetros de Nagapattinam, pide también que los cuerpos sean enterrados lo antes posible. "La gente debería hervir el agua. La vacunación contra el cólera cesó hace seis años; sólo podemos confiar en la educación de la gente".

Una gran cantidad de carcasas de ganado están todavía esparcidas por los campos, mientras que se entierran apresuradamente cadáveres de seres humanos transportados en tractores y no reclamados por las familias.

Según V. Chakrapani, un responsable municipal de Nagapattinam, las fosas comunes están siendo rociadas con desinfectante. "Pero lo importante es despejar la zona de cadáveres. Para recogerlos se utilizan excavadoras. Los cuerpos están muy descompuestos y no tenemos tiempo de identificarlos", asegura Chakrapani.

"Vamos por los pueblos y por las costas con altavoces para decir a la gente que no beban agua de los pozos. El agua corriente ha sido cortada y estamos limpiando las canalizaciones y las tuberías", explica el responsable municipal.

Pero el mensaje no parece haber llegado a personas como Aisha Siddiqa, una madre de cuatro niños que ayer extraía, de la bomba de agua que hay delante de su casa, un líquido de color verde. "Nadie nos ha dicho que no bebamos esta agua. Nadie nos ha dicho que la tenemos que hervir", asegura.

M. Gumurthy, empleado del ayuntamiento de Nagapattinam, reconoce que la administración local no está preparada para afrontar una crisis de tal envergadura. "Necesitamos gente que no tenga miedo a recoger los cadáveres. La lluvia también está retrasando las operaciones", se justifica.

La lluvia aumenta aún más la desolación en una localidad en la que ya no hay nada que no sea ruinas. La lluvia cae sobre calles que ya están inundadas de postes eléctricos y de árboles arrancados.

En la vecina Akarapata, puerto de Nagapattinam, parece que haya estallado una bomba. Algunos barcos de 20 metros de eslora salieron despedidos y se estrellaron contra edificios que quedaron derrumbados. Multitudes de damnificados van errando por las carreteras.