El creciente discurso xenófobo que marcó la agenda política alemana del 2017 empieza a traducirse en esferas más pequeñas. Desde mediados de enero un comedor social y banco de alimentos de la ciudad de Essen (oeste) ha decidido no atender a más extranjeros y ayudar solo a las personas necesitadas que presenten el pasaporte alemán. La polémica decisión le ha valido una catarata de críticas.

El presidente de esta organización de beneficencia que se dedica a dar alimentos de forma gratuita a los pobres, Jörg Sartor, ha defendido la medida asegurando que no es racista sino que se debe a la necesidad de redistribuir las ayudas ante la creciente llegada e refugiados. «El porcentaje de extranjeros entre nuestros clientes ha crecido un 75%, por eso nos vemos obligados a registrar solo a clientes que posean un pasaporte alemán a fin de garantizar un proceso de integración sensato», reza la resolución del banco de alimentos, redactada en diciembre.

Sartor asegura que la presencia de hombres jóvenes y que hablan un idioma distinto asusta a las madres solteras y ancianas alemanas que solían atender en el comedor. Cada semana, esta organización atiende a cerca de 1.800 familias además de proveer alimentos para 107 entidades caritativas, lo que amplía los beneficiados a hasta 16.000.

Otros comedores sociales se declararon «horrorizados». «Aquí se ayuda a todo el mundo independientemente de dónde venga. Nadie se va con las manos vacías», remarcó la presidenta del de Düsseldorf, Heike Vongehr. En la sede de Hesse aparecieron pintadas que los acusaban de nazis.

Angela Merkel se sumó a las críticas: «No se pueden hacer tales generalizaciones, no es bueno». Sin embargo, la dirección de la CSU asegura que la polémica muestra que «la integración tiene un límite». Además de la normalización del discurso etnonacionalista aupado por la Alternativa para Alemania (AfD), el caso ilustra «cuánta gente depende de este tipo de ayudas», como aceptó la cancillera.