Donald Trump ha encontrado un formidable adversario en la figura de James Comey, el espigado hombre que lideraba la investigación del FBI sobre la trama rusa hasta que el presidente lo destituyó fulminantemente en mayo. En una dramática comparecencia en el Senado, que han seguido todos los medios estadounidenses en directo como si se tratara de las audiencias del Watergate, Comey ha acusado al presidente y su gobierno de “difamarme” con las confusas y cambiantes explicaciones que dieron para justificar su despido. Entre ellas, que había perdido la confianza del FBI. “Eran mentiras, simple y llanamente”. El antiguo jefe de la agencia también ha explicado que tomó notas de las nueve conversaciones que mantuvo con Trump porque “me preocupaba verdaderamente que pudiera mentir”.

Su testimonio ante el Comité de Inteligencia del Senado marcará un antes y un después en el curso de las investigaciones que tratan de determinar si Trump y su entorno cooperaron con el Kremlin, acusado por la inteligencia de Estados Unidos de interferir en las pasadas elecciones para beneficiar a la candidatura del magnate neoyorkino. En su declaración escrita ante el comité, Comey ha confirmado que el presidente le pidió “lealtad” una semana después de jurar el cargo, cuando se supone que el FBI opera con independencia del Ejecutivo. Y también le instó a que se olvidara de la investigación abierta por el FBI contra Michael Flynn un día después de que se viera forzado a dimitir como asesor como seguridad nacional por mentir sobre el contenido de sus conversaciones con el embajador ruso. “Es un buen tipo y ha pasado por mucho”, le dijo el presidente según el memorando de Comey.“Espero que lo puedas dejar pasar”.

“No me corresponde a mí decir si eso constituye obstrucción a la justicia”, ha dicho Comey sobre las presiones de Trump respecto a Flynn. “El fiscal especial tendrá que decir si cometió un delito”. Comey ha aclarado que no interpretó las palabras de Trump como una orden, pero sí como una directriz. “Me lo tomé como una dirección, eso es lo que quería que hiciera”. Preguntado por un senador si conoce algún caso de alguien que haya sido procesado por “esperar” alguna cosa, respondió: “No que yo sepa”.

La comparecencia ha puesto al descubierto la desconfianza del exjefe del FBI hacia Trump, motivada por las encerronas que le preparó el presidente, y también las precauciones que tomó para evitar que distorsionara el contenido de los tres encuentros en persona y las seis llamadas telefónicas que mantuvieron hasta la ruptura de la relación. Tanto es así que Comey ha reconocido haber filtrado a la prensa el memorando detallado de todas las conversaciones que mantuvo con Trump. Lo hizo después de que el neoyorquino sugiriera en Twitter a modo de amenaza, y después de cesarle, que podría tener cintas grabadas de sus encuentros. Comey lo consultó con un jurista amigo suyo y optó por darle las notas a un reportero “pensando que podría dar pie al nombramiento de un fiscal especial”.

Sus deseos se cumplieron el pasado 17 de mayo, cuando el departamento de justicia designó al veterano fiscal y exdirector del FBI, Robert Muller, para investigar la trama rusa.

SIN TUITS DURANTE LA COMPARECENCIA

Comey también ha aclarado que Trump no está bajo investigación del FBI. O al menos hasta que él dirigía la agencia, pero se ha mostrado convencido de que le despidió por su empeño en continuar con las pesquisas. “Así lo reconoció él mismo”. En cambio, sí ha precisado que Flynn es objeto de una investigación penal y ha arrojado dudas sobre la implicación del presidente en la trama. Al decirle un senador si cree que Trump cometió un delito de colusión con el espionaje ruso, contestó: “No es una cuestión que debería contestar en una audiencia pública” (no clasificada).

Durante las primeras dos horas y media de comparecencia, el presidente no ha replicado las afirmaciones de Comey en Twitter. Su cuenta ha permanecido callada, un hecho muy poco habitual que denota las gravísimas implicaciones que el testimonio del ex FBI podrían tener para su presidencia.