A Edward Kopp, un chef de 50 años y veterano de la Marina de Estados Unidos, le molesta y hasta le “ofende” que a la comparecencia de James Comey ante el Comité de Inteligencia del Senado se le haya llamado “la Super Bowl” de la política. “Es un día muy serio y una experiencia importante, no una celebración ni un asunto de victorias y derrotas”, dice. “Es la oportunidad de América de entender lo que está pasando con nuestra democracia”.

Lo de menos, para él, es el lugar donde habla y donde ha decidido seguir la vista: el SideBar, un establecimiento junto a la neoyorquina Union Square más acostumbrado a llenar sus 16 pantallas con partidos de la NBA, la NFL o la liga de béisbol que con las retransmisiones de la CNN. Y él no es el único que ha buscado refugio en un entorno algo inusual para el habitualmente árido espectáculo de las vistas en el Congreso. El bar es solo uno de múltiples en la ciudad, como en Washington y en todo el país, que este jueves han abierto a primera hora de la mañana y se han llenado con ciudadanos ansiosos de mucho más que espectáculo.

Algunos, como Ashley Putnam, una mujer de 33 años que trabaja en política pública y ha quedado con dos amigos, han pensado que seguirlo en un bar serviría para “aligerar el estrés” porque “anticipaba que podía ser emocionante, molesto o ambos”. Y Ariana, una guionista de comedias televisivas de 30 años, explica que “iba a necesitar alcohol pasara lo que pasase”.

A los vasos de agua y los tés helados y el brunch adelantado de burrito o tostada con aguacate y huevo les han empezado a seguir pronto las cervezas, las mimosas, los bloody marys... Pero todo el testimonio de Comey se ha seguido con un silencio extraño para un bar con más de dos docenas de clientes, solo interrumpido por algunas risas ante preguntas o respuestas como la de Comey de que darle sus memorandos a la prensa habría sido “como alimentar gaviotas en la playa” y por algún que otro comentario mordaz (“¿Qué le pasa a John McCain?”).

CONTRASTE CON TRUMP

Una vez concluida la vista, una encuesta nada científica, digna de bar, arroja a Comey como ganador. Putnam, la política, que lógicamente había llegado con los deberes hechos y el testimonio previo de Comey leído, ha visto al director cesado por Trump como “profesional y nada político”. Sacude el foco de algunos senadores republicanos en lo sucedido con la investigación de Hillary Clinton (“ella no es nuestra presidenta, Trump lo es”). Y ha creído al exdirector del FBI cuando ha dicho que interpretó el “espero que lo puedas dejar pasar”, la frase que Trump usó para animarle a abandonar la investigación sobre Michael Flynn, como una orden y no una sugerencia. “Hay cosas que tienen que ver con el poder”, dice. “Si yo tuviera un encuentro a solas con el jefe y me dijera un “espero” posiblemente lo interpretaría como una velada amenaza”.

Para Kerr, el veterano y chef, ha quedado claro el contraste entre Comey, y su compromiso con el juramento que tomó de defender y proteger la Constitución y el país, con Trump, “un presidente que no se toma en serio o no entiende esa obligación, como demostró exigiéndole lealtad”. También el ve el “espero” de Trump claramente como “una orden”.

Ariana, la comediante, que ya había llegado convencida de que lo ha sucedido en EEUU es “obstrucción a la justicia de libro de texto”, también cree que el exdirector del FBI se ha mostrado como alguien “honesto y respetable” y destaca que ha retratado a Trump como alguien que “incomoda a la gente y les hace inclinarse a mentir”. Y al reflexionar otra vez sobre el hecho de haber seguido la vista en un bar, asegura que es “triste que este sea el estado de nuestro país”. Lo decía antes de que hablara Comey: “Pensando en todo en lo que está pasando, en mis amigos de color, de la comunidad LGTB, en los inmigrantes y las mujeres... Todo esto asusta demasiado como para ser divertido”.