"Tengo frío, mucho frío", fue lo primero que dijo cuando lo encontraron en posición fetal. El niño se había escondido en un frigorífico encendido para salvarse del fuego que devoró al centro comercial Ycuá Bolaños, llevándose a 37 chicos como él, entre las 423 víctimas fatales, 139 desaparecidos y los casi 500 heridos. El bombero que lo rescató no salía del asombro. La criatura estaba dentro, aterida, tan cerca de las cenizas, del olor a carne chamuscada y los aullidos, que su aparición --junto a la de un bebé encontrado entre los cadáveres-- fue uno de los escasos milagros conocidos en medio de la tragedia.

Las campanas de la iglesia de la Santísima Trinidad no dejaban de esparcir su llanto metálico a toda Asunción. Santísima Trinidad es un barrio de clase media baja, a 15 cuadras del centro de la capital. El Ycuá Bolaños era su nota discordante desde el día que lo inauguraron a toda pompa. Su dueño, Juan Pío Paiva, había pasado de tener un pequeño almacén a manejar negocios a gran escala. Semejante superación no sorprende a nadie en un país donde el lavado de dinero proveniente del tráfico de armas y drogas, el contrabando y la corrupción forman parte del paisaje hace tanto tiempo que nadie recuerda cuándo comenzó el desarreglo.

El Ycuá Bolaños era una de las tantas metáforas urbanas de una ciudad donde faltan cloacas, pero abundan esos falsos destellos de esplendor. Así y todo, los vecinos de Santísima Trinidad y sus alrededores se acostumbraron a visitarlo especialmente los domingos. Ahora que todo el dolor del mundo puede caber en una manzana, nadie quiere mirar hacia allí.

El cementerio de la Recoleta se vio colapsado por la cantidad de entierros. Nelson Astigarraga dio sepultura a su esposa, Dalva, y su pequeño hijo, Elías, de un año, a los que no pudo salvar cuando las puertas se cerraron. "Estoy convencido de que si hubieran estado abiertas, muchas vidas se habrían salvado", afirmó el vicepresidente de Paraguay, Luis Castiglioni.

El guardia privado de la agencia Prevención Ismael Alcaraz confesó ayer haber recibido la orden de bloquear las salidas. Mientras las campanas de Santísima Trinidad seguían tañendo, Carlos Storm, presidente de la Cámara de Supermercados, se preguntaba, temeroso, si el incendio incidiría negativamente en las ventas del sector.