Cristina Fernández de Kirchner se sentó ayer en Buenos Aires en el banquillo de los acusados en medio de un revuelo generalizado para responder por presuntos delitos de corrupción en la concesión de obra pública que se le imputan. Se trata de la primera causa que afronta la expresidenta argentina y actual senadora, quien está involucrada en una decena de procesos más.

Los integrantes del Tribunal Oral Federal 2 rechazaron varias peticiones de suspensión formuladas por los abogados. Además, todavía falta que el Tribunal Supremo se pronuncie sobre un recurso de los abogados de Fernández de Kirchner, quienes reclaman nuevos peritajes sobre las obras sospechadas de hechos irregulares.

La defensa de la exmandataria considera que si se confirma que no existieron sobreprecios, la acusación dejará de tener sentido y mostrará su carácter político en un año crucial. La expresidenta divulgó en las redes sociales un mensaje contra el proceso. «No se trata de hacer justicia. Solo armar una nueva cortina de humo que pretende distraer a los argentinos y argentinas de la dramática situación que vive nuestro país y nuestro pueblo», denunció.

En octubre se celebran elecciones presidenciales. La dirigente decidió no pelear por un tercer mandato y se postulará en las primarias del peronismo como acompañante de la fórmula que encabeza su exjefe de Gabinete Alberto Fernández. Para algunos analistas, ese movimiento de la mujer que encabeza las encuestas de popularidad es una jugada política magistral. Otros creen lo contrario, que es una muestra de debilidad. Pero hay otra explicación. Cristina evita el desgaste que puede derivarse de una constante exposición mediática en el banquillo de los acusados.

El Gobierno de derechas de Maurizio Macri es parte querellante a través de la Oficina Anticorrupción y de la Unidad de Información Financiera. Junto a la expresidenta serán juzgados el exministro de Obras Públicas y un exempresario de la construcción.