"No hay más dios que Alá", repetían una y otra vez, en la lengua del Corán, los cerca de 300 milicianos de la Fuerza Popular de Defensa --FPD, milicia paramilitar creada en 1991 por el régimen de Jartum-- que ayer se habían congregado en El Geneina, capital del estado de Darfur Occidental (Sudán), con el propósito de entregar sus armas.

Con el enviado especial de la ONU en Sudán, Jan Pronk, como testigo de honor, los milicianos progubernamentales, algunos de los cuales, a buen seguro, no superaban la adolescencia fueron, uno a uno, entregando sus kalashnikovs del calibre 9,7. Mientras, un individuo vestido de camuflaje escribía con bolígrafo sus nombres en un cuaderno. "Mohamed Alí Ibrahim; Omar Osmán Idris...", apuntaba. Otro, con gafas oscuras de sol, examinaba los cargadores.

Dátiles, cacahuetes y agua

Era el colofón de una ceremonia en la que una banda, con sus músicos uniformados de blanco y rojo chillón, había dado la bienvenida al cortejo de la ONU, encabezado por Pronk, con el ministro sudanés de Asuntos Exteriores, Mustafá Osmán Ismail, como anfitrión.

Durante el acto se ofrecieron dátiles, cacahuetes, algunos dulces orientales y, sobre todo, agua bien fría, servido todo ello a la concurrencia bajo un improvisado toldo para poder dar esquinazo al sol de justicia y al calor húmedo que, a mediodía de ayer, abrasaba esta región de Africa central, casi equidistante del mar Rojo y el océano Atlántico.

Había quien no se fiaba y no ocultaba su preocupación ante lo que deparará un futuro en el que, sobre el papel, tras el acto de ayer, ya no podrá utilizar su kalashnikov para defenderse o resolver disputas. "Vivimos en guerra desde los años 60", espetó a Pronk un oficial de la FPD. En lenguaje propio de diplomáticos, mientras los periodistas sudaneses tomaban notas de la conversación, Pronk respondió al miliciano diciendo que ahora las armas debían callar y que eran las organizaciones internacionales las que debían actuar.

Según el Gobierno, la FPD no es la milicia Yanyauid que ha arrasado los tres estados de Darfur entre el 2003 y el 2004, y ha forzado a 1,2 millones de personas a abandonar sus aldeas. "Se trata de un cuerpo especial de las fuerzas armadas, de inspiración islamista, formado para combatir a los rebeldes, en el espíritu del régimen que llegó al poder en 1989", precisa un experto que prefiere el anonimato.

Quienes no parecen dispuestos a deponer sus armas por el momento son los dos grupos de rebeldes, el Ejército de Liberación de Sudán (ELS) y el Movimiento por la Justicia y la Igualdad (MJI), que se levantaron en el 2003 en Darfur contra el Gobierno de Jartum. En las conversaciones que llevan a cabo con representantes gubernamentales en Abuja (Nigeria), bajo los auspicios de la Unión Africana (UA), los representantes del ELS y del MJI respondieron con un sonoro no al requerimiento de deponer las armas o confinarse en sus bases.

"Eso es imposible; ningún movimiento guerrillero puede aceptar desarmarse antes de lograr ningún acuerdo de tipo político", concluyó el secretario general del MJI, Bahar Idris Abú Garda.