Coches volcados, casas aplastadas y carreteras reventadas. Este era ayer el espectáculo de desolación que contemplaban los equipos de rescate en la región central de Niigata, un día después de sufrir el peor terremoto que ha sacudido Japón desde el de Kobe, en 1995. El último recuento de víctimas es de al menos 21 muertos, 7 desaparecidos y alrededor de 1.500 heridos.

Arropados con mantas, los habitantes de Ojiya, capital administrativa de Niigata, a 200 kilómetros al noroeste de Tokio, en el corazón de la zona más castigada por el temblor, se reunían ayer alrededor de hogueras encendidas en los refugios municipales. Muchos de ellos, todavía conmocionados, trataban de dar testimonio de la pesadilla colectiva vivida la víspera.

La principal sacudida se produjo el sábado a las 17.56 de la mañana (hora local) y tuvo una magnitud de 6,8 en la escala de Richter. El epicentro se localizó cerca de Ojiya. Le siguieron 240 réplicas.

"Me tiré debajo de la mesa de comer, pero todo se empezó a caer de las paredes. A mis pies, el suelo se llenó de vasos y platos", declaró a la cadena de la televisión pública NHK una señora de Ojiya, de unos 50 años. "Corrí fuera y cuando miré los edificios, temblaban como si tuvieran frío", contaba un joven de 20 años que vive cerca de Mitsuke. "La antena de la televisión, las lámparas. Absolutamente todo se cayó en mi casa y se rompió. Estoy contento de estar vivo", decía otro hombre, de unos 30 años.

Más de 70.000 habitantes de los alrededores de Niigata han sido evacuados de sus domicilios, según las agencias de prensa Kyodo y Jiyi. El seísmo provocó el espectacular descarrilamiento de un tren bala que cubría la línea Tokio-Niigata, sin víctimas entre sus 150 pasajeros.

El ministro encargado de la gestión de catástrofes naturales, Yoshitaka Murata, visitó ayer Niigata para inspeccionar la zona siniestrada. Pero la pesadilla no había terminado para las gentes de Ojiya. Una nueva sacudida, de una magnitud de 4,9 en la escala de Richter, se pudo sentir ayer.