Cuentan los historiadores que los hunos estuvieron a punto de provocar la caída del Imperio Romano tras invadir la Galia y el norte de Italia a mediados del siglo V de nuestra era. Es posible que Donald Trump desconozca la leyenda negra de Atila y su ejército, pero salvando las distancias, su gira por Europa está dejando un regusto semejante, una política de tierra quemada que ha puesto en jaque a la OTAN, al liderazgo británico y a la Unión Europea, tres de los pilares de la seguridad trasatlántica. En una entrevista a la CBS, Trump ha descrito a la UE como uno de los enemigos de EEUU, poniéndola al mismo nivel que Rusia y China. «Creo que la Unión Europea es un enemigo por lo que nos hacen con el comercio», dijo el líder estadounidense. «Eso no significa que sean malos. No significa nada. Significa que son competitivos».

Las palabras de Trump llegan solo un día antes de su primera reunión bilateral con Vladímir Putin, una cumbre que ha generado un enorme nerviosismo en las cancillerías occidentales. El magnate aterrizará en Helsinki tras haber llamado «morosos» a sus socios de la OTAN haber ofendido a Theresa May al apoyar a su principal rival en las filas conservadoras. Rusia no podría haber soñado con un aliado mejor. Si la intención del Kremlin es dividir y desestabilizar a sus rivales occidentales, como sugiere su apoyo a la extrema derecha en Europa o sus maniobras propagandísticas en diversos comicios electorales, Trump le está haciendo el trabajo. En su semana de viaje por el continente ha dejado a su paso un sinfín de dudas, agravios y costuras abiertas, cuando lo normal hubiese sido aprovechar la gira para tranquilizar a sus aliados antes de la reunión con Putin. «América y la UE son los mejores amigos. Quienquiera que diga que somos enemigos está propagando noticias falsas», le contestó el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk.

Trump acude a Helsinki con la mejor de las predisposiciones. «Creo que voy a tener una muy buena relación con Putin si podemos pasar tiempo juntos», dijo esta semana en Londres. La pregunta que muchos se hacen en Washington es si se representará a sí mismo o representará a su país. Porque las diferencias no podrían ser más acusadas. Como presidente, Trump ha tratado constantemente de lavar la imagen del Kremlin y tender los puentes que se derrumbaron tras su anexión de la Crimea ucraniana en 2014. No solo ha propuesto su readmisión en el G7, un primer paso para acabar con la política de aislamiento de Occidente. También se ha enfrentado a la inteligencia y la justicia estadounidense por concluir que Rusia interfirió en las pasadas elecciones presidenciales.

Pero la política de su Administración, por no hablar del consenso entre las élites políticas de la capital, es diametralmente opuesta. Es como si hubiera vuelto la Guerra Fría. Esta misma semana el Departamento de Justicia presentó una retahíla de cargos penales contra una docena de agentes de la inteligencia militar rusa por robar información del Partido Demócrata durante la pasada campaña electoral. Con ellos son ya 25 los rusos imputados, además de tres empresas de aquel país. A la postura firme de los tribunales y el aparato de seguridad estadounidense, hay que añadir las sanciones impuestas por el Tesoro contra funcionarios y oligarcas rusos, las más duras desde la caída del Muro de Berlín. Entre medio, el Pentágono ha aumentado su presencia militar en Europa para reasegurar a sus aliados frente a Moscú; ha enviado armamento letal a Ucrania, algo que no llegó a hacer Obama; ha aprobado la entrada de Montenegro en la OTAN, en contra de los designios del Kremlin; y ha anunciado un plan para fabricar armas nucleares tácticas como disuasión frente a su principal rival militar.

Nadie más que Trump parece pensar que Rusia es geoestratégicamente inofensivo. «Putin busca hacer añicos la OTAN», dijo el mes pasado el secretario de Defensa, James Mattis. «Está tratando de reducir el atractivo del modelo de democracia occidental y de socavar la autoridad moral de EE UU».

Sobre la mesa en Helsinki, hay enormes oportunidades. Desde un plan para negociar la presencia iraní en Siria a la necesidad de renovar el Tratado New Start, que expira en 2021 y que sirvió para que ambos países redujeran sus arsenales nucleares intercontinentales. Falta saber qué intención tiene Trump. Si busca seriamente negociar o solo quiere la foto con Putin. No sería el primer líder estadounidense que se rinde a su poder de seducción. «Miré al hombre a los ojos y lo encontré muy franco y de confianza», dijo Bush tras reunirse con el presidente ruso en 2011, unas palabras de las que no ha hecho más que arrepentirse.