Son una serie de imágenes que explican la historia de una familia, la de Heba Amuri, pero que cuentan también la realidad que, desde hace siete años, tiene que soportar la población siria.

Heba espera sentada en una furgoneta con su hijo de 2 años en brazos, tapado y atado con una manta azul: acaba de ser sacado de las ruinas de un mercado tras un bombardeo el pasado 9 de enero de aviones del régimen de Asad o de Rusia sobre Duma, la principal ciudad de la provincia de Guta. Está muerto.

Heba, ahora ya en el centro médico, también abraza a su hija, una bebé de dos meses, y sigue esperando una ayuda que sabe que no llegará. Se desespera. Sabe que la bebé, que también estaba en el bombardeo pero no resultó herida, también se está muriendo, pero de hambre. Esta región, controlada por la oposición siria, vive en estado de sitio desde hace años. La comida y las medicinas que entran lo hacen en cuentagotas y a precios imposibles.

Siguiente imagen. Heba, sentada en el hospital y con los ojos hinchados de llorar, pone su dedo en la boca de su hija (la única que le queda). No puede ofrecerle nada más que eso. A falta de comida, lo único que puede darle es un dedo.

Heba Amuri tenía 13 años cuando la guerra en Siria empezó, cuando el dictador Bashar el Asad, para reprimir unas protestas, dio ordenes a su Ejército de matar primero a los manifestantes y luego a todos los demás. Heba tiene ahora 20 años. Emir, como se llamaba su hijo muerto en el bombardeo, es el segundo que ha perdido por la guerra.

Sólo le queda la bebé, que debería beber del pecho de su madre. Pero Heba, como muchas de las 400.000 personas que según la ONU viven atrapadas sin poder salir de Guta, sufre malnutrición: no puede alimentar a su hija.

HAMBRE Y ESCASEZ

En Guta, si el hambre y la escasez no acaban contigo lo hace una bomba. O ambos. «Mi hijo de 2 años murió hambriento. Le queríamos alimentar. Estaba llorando de hambre cuando salimos de casa para ir al mercado», explica Heba en el hospital.

Además del hambre y la escasez —que lleva años—, desde el inicio del 2018 el régimen sirio y sus aliados, Rusia e Irán, han intensificado los bombardeos sobre esta región, situada muy cerca de la capital, Damasco. En los dos últimos meses han muerto en Guta 329 civiles, de los cuales 79 eran niños. Según los cascos blancos, una organización de rescate de civiles, solo desde el pasado 1 de enero, o sea en 15 días, los bombardeos han matado a 180 personas en la provincia, incluidos 51 niños.

La ONU denuncia que los ataques del régimen de Asad y Rusia no son contra objetivos militares, sino contra complejos residenciales, guarderías, escuelas, hospitales, mercados: el objetivo es la gente.

«Dos instalaciones médicas —dijo Unicef en un comunicado el domingo— fueron atacadas hace unos días en Guta, y la mayoría de los hospitales han tenido que cerrar. En muchos lugares, las clínicas móviles son la única forma de poder dar asistencia médica. Las escuelas, en Guta, también han tenido que cerrar». «Es vergonzoso que después de casi siete años continúe una guerra sobre los niños mientras el mundo lo contempla», lamenta Unicef.

«GUERRA ACABADA»

En las últimas semanas, el régimen de Damasco ha acelerado sus ofensivas sobre los dos últimos bastiones controlados por las milicias opositoras en Siria. Uno, el que peor lo está sufriendo, es Guta, donde los rebeldes están completamente rodeados por las fuerzas leales a Asad. El otro es Idleb, donde Turquía, sin el consentimiento de Damasco, tiene apostadas fuerzas de «pacificación».

Esta última ofensiva de Asad ha provocado centenares de muertos y lo que podría llegar a ser, según algunos expertos, otra crisis de refugiados.

Pero algo falla en esta ecuación. En noviembre, el presidente ruso, Vladímir Putin, declaró, todo solemne, que la guerra en Siria se había acabado, que ellos —Damasco, Moscú y Teherán— la habían ganado. «Misión cumplida. Habéis luchado brillantemente. Ahora podéis volver a casa victoriosos», dijo Putin a sus soldados desplazados a Siria.

Dos meses después, la guerra, los bombardeos, el hambre provocada y las ofensivas y los disparos continúan. Rusia sigue bien metida dentro del país. Y los civiles siguen muriendo.

«Que Dios proteja a los niños, y a todos. Y que se lleve la vida de Asad», dijo Heba tras perder a su hijo. Ella sigue viviendo. En Guta. Tiene 20 años: el 40% de su vida bajo las bombas. Se llama Heba: Heba Amuri.