Ocho años después de que el Tea Party consumara su revuelta populista situando a decenas de sus aliados conservadores en Washington, el péndulo político en Estados Unidos vuelve a bascular hacia la izquierda. El nuevo Congreso salido de las legislativas de noviembre tomará posesión mañana con una sólida mayoría demócrata en la Cámara de Representantes y el impulso de una nueva generación de legisladores progresistas que aspiran a reconfigurar la identidad del partido para alejarlo de los grandes intereses y acercarlo a la gente. Los republicanos mantienen el control del Senado, pero ya sin el rodillo del que han disfrutado en los dos últimos años, lo que augura tiempos de bloqueo legislativo y renovada bronca política en la segunda mitad del mandato de Donald Trump.

Los nuevos legisladores tomarán posesión en medio de un cierre del Gobierno sin visos de solución que ha paralizado parcialmente la vida institucional de la capital. Nueve de las 15 agencias federales se han visto afectadas por la falta de acuerdo político para extender el presupuesto gubernamental. Casi 400.000 funcionarios llevan dos semanas en casa sin cobrar, mientras una cifra similar sigue trabajando sin la más mínima certeza de cuándo llegarán sus nóminas. En el centro de la disputa está el rechazo demócrata a aprobar una financiación que incluya los 5.700 millones de dólares que Trump exige para construir el muro fronterizo con México. El presidente ha pasado de arrogarse «con orgullo» el cierre del Gobierno a culpar a los demócratas del desaguisado.

INCERTIDUMBRE ECONÓMICA / Junto a la parálisis institucional, el año empieza con una creciente incertidumbre respecto a la economía, azuzada por la guerra comercial y reflejada en el pobre desempeño de las bolsas, que han despedido el 2018 como el peor año desde la gran recesión. Casi 7.000 billones de dólares se han evaporado de los mercados. Trump también inicia el año sin secretario de Defensa, después de que el general James Mattis pusiera tierra de por medio en protesta por la anunciada retirada de Siria y el desdén de la Casa Blanca hacia los aliados tradicionales. Esa retirada se ha interpretado en Washington como una claudicación ante Rusia e Irán, a la par que una traición a los aliados kurdos del Pentágono, una muestra más del repliegue estadounidense en la esfera internacional. En pleno avance del autoritarismo, la Administración renuncia a defender el orden liberal que construyeron sus predecesores.

En el plano interno poco margen hay para el acuerdo entre republicanos y demócratas, una vez cerrada la reforma del sistema penal (la más ambiciosa en dos décadas), para reducir las penas por delitos no violentos. El largamente aplazado plan para remozar las infraestructuras es uno de los pocos intereses compartidos, así como la intención de abaratar los precios de los medicamentos. Pero los pactos se complicarán por los cálculos electoralistas ante la cercanía de las próximas presidenciales. La bajada de bandera en el nuevo Congreso es también el inicio oficioso de la campaña del 2020, en la que Trump se juega la reelección.

El presidente está cada día más cercado por la investigación de la trama rusa, que ha metido en la cárcel a figuras prominentes de su círculo de confianza. Y esos problemas están llamados a aumentar, pues los demócratas pretenden aprovechar su mayoría en la Cámara baja para impulsar nuevas comisiones de investigación. Técnicamente, también podrían iniciar un proceso de impeachment para apartarle del poder, pero de momento no hay consenso.

Por otra parte, la senadora demócrata por Massachusetts, Elisabeth Warren, anunció la pasada Nochevieja su candidatura a la presidencia. La antigua profesora de Harvard es una de las figuras más a la izquierda del Partido Demócrata, muy crítica con el rumbo del capitalismo, las prerrogativas de los bancos y la desigualdad.