Es pronto para saber si la paz llegará a Afganistán, pero uno de los pasos indispensables para lograrla se ha dado este sábado en Qatar. Estados Unidos y los talibanes han firmado un acuerdo para dejar de hacerse la guerra en el país asiático tras 19 años de conflicto ininterrumpido, el más sangriento actualmente de todos los que se libran en el mundo.

El acuerdo contempla la retirada gradual del país de las tropas estadounidenses a cambio de un compromiso por parte de los insurgentes para impedir que Afganistán vuelva a convertirse en un santuario para Al Qaeda y otros grupos terroristas. Lo más importante, sin embargo, es que sienta las bases para que los talibanes negocien por primera vez con el Gobierno afgano una fórmula para alcanzar la paz, la parte más complicada del puzle.

El pacto marca un punto y aparte en la guerra contra el terrorismo lanzada por EE UU tras los ataques del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York y Washington, el detonante que desató su invasión de Afganistán para castigar a Al Qaeda y sus aliados talibanes. La contienda afgana ha sido desde entonces el cuento de nunca acabar, marcado por la falta de una estrategia coherente de Washington para acabar con el conflicto y la pertinaz propaganda del Pentágono para edulcorar la cruda realidad sobre el terreno, según revelaron varios informes internos publicados en diciembre por el Washington Post.

Lejos de haber amainado, la guerra se ha recrudecido desde que comenzaran hace dos años en Doha las conversaciones secretas con los talibanes. Hoy es el conflicto más letal del planeta, según el International Crisis Group.

De la guerra a la paz

Entre tanta desesperación, este acuerdo abre una ventana a la esperanza. No detiene la guerra, pero si allana el camino para que pueda negociarse la paz. "Este compromiso es un paso importante para que pueda alcanzarse una paz duradera en un nuevo Afganistán, libre de Al Qaeda, el Estado Islámico y otros grupos terroristas que quieren hacernos daño", dijo la víspera el presidente Donald Trump. Por el momento se ha cumplido la condición que las partes se impusieron para firmar el acuerdo hace una semana, una reducción temporal de la violencia.

Y ahora debería comenzar el baile de gestos. De los 12.000 soldados estadounidenses y 8.500 de la OTAN que quedan en el país, se espera que Washington retire inicialmente a unos 3.400. Una medida que debería ir acompañada por un intercambio masivo de prisioneros entre los talibanes y el Gobierno proocidental de Kabul, que no ha participado en las negociaciones.

Pero lo verdaderamente difícil comenzará a partir de entonces, en unos 10 días, cuando está previsto que comience el diálogo entre los radicales islámicos, que controlan una parte importante del país, y el Ejecutivo de Ashraf Ghani, al que acompañarán representantes de la sociedad civil. Esa es la gran concesión obtenida por EEUU en las negociaciones, ya que los talibanes habían perjurado que nunca se sentarían a hablar con la marioneta de Washington ni contemplarían la paz mientras hubiera tropas extranjeras en el país.

Esta fase podría prolongarse durante un año o más, ha escrito en el New York Times, Laurel Miller, experta del Crisis Group. Ahí tendrán que abordar asuntos mucho más espinosos, desde cómo compartir el poder y la seguridad al modo de alterar las estructuras del Estado para que satisfagan tanto el interés del Gobierno por preservar el sistema actual como el interés de los talibanes por imponer algo más islámico. Habrá que ver también si consiguen pactar un alto el fuego. Sería un gran paso adelante porque la mejor carta de negociación que tienen las partes, particularmente los talibanes, es la violencia.

La situación política interna en Afganistán no ayuda a despejar el camino. La victoria de Ghani en las elecciones del año pasado, marcadas por las habituales irregularidades, no ha sido reconocida por su rival Abdullah Abdullah, quien ha amenazado con crear un gobierno paralelo. El primero se disponía a jurar el cargo el pasado jueves, pero canceló sus planes para no perturbar la firma del acuerdo en Doha. Y la cuestión ahora pasa por saber cómo negociará Ghani con los talibanes cuando su Gobierno no es ni siquiera reconocido por el líder de la oposición. "Kabul necesita tener una sola voz en las negociaciones, pero va a ser difícil mientras se mantenga la disputa. Es imperativo que Ghani y Abdullah solucionen sus diferencias para poder avanzar con el diálogo", asegura un experto estadounidense que viaja frecuentemente a Afganistán.