«¡Mirad con atención! Aquí viene el vídeo», dice Recep Tayyip Erdogan, en un mitin delante de miles de personas. El presidente turco se aparta y mira hacia arriba: hacia la pantalla gigante que muestra, en directo en televisión, para toda Turquía, las imágenes que el atacante de Christchurch colgó en Facebook mostrando cómo asesinaba a sangre fría a 50 personas en una mezquita en Nueva Zelanda.

Los asistentes abuchean, y, justo después, aparece en pantalla al líder de la oposición turca, Kemal Kiliçdaroglu, del que han cogido un fragmento de un discurso sacado de contexto. «¡Mirad, el señor Kemal está del lado de los terroristas!», dice Erdogan. Vítores.

La escena, lejos de ser anecdótica, se ha ido repitiendo en cada mítin del presidente: hasta en ocho ocasiones ha mostrado el vídeo y hasta en ocho ocasiones ha culpado al líder de la oposición de apoyar al atacante. Pero no solo a él: Erdogan también ha afirmado que los líderes occidentales le entregaron, personalmente o no, su manifiesto al autor del atentado.

Y la cosa no termina aquí, porque en un encuentro —ésta sí que fue solo una vez— Erdogan dijo que cualquiera que vaya a Turquía con fines islamófobos «será devuelto a su país en un ataúd, como sus abuelos». Era una referencia a la batalla de Galípoli, en la primera guerra mundial: «¿Por qué vinieron a nuestro país [en esa época]? ¿Por qué? Sólo hay una razón: nosotros somos musulmanes; ellos, cristianos».