La capital de Haití quedó ayer aislada y sumida en un profundo caos, semitomada por policías, partidarios armados del Gobierno y delincuentes, que levantaron barricadas, asaltaron vehículos y protagonizaron tiroteos, a la espera de la llegada de los rebeldes alzados contra el presidente, Jean-Bertrand Aristide.

El aeropuerto quedó cerrado, las líneas aéreas suspendieron sus vuelos y el grupo de españoles que iba a abandonar el país con una decena de niños adoptados por otras parejas tuvo que desistir de su intención, ya que ni arribó el avión ni se podía llegar a la terminal aérea.

Rosa Parés, de 51 años, consultora para el desarrollo, fue la única española que pudo llegar a las instalaciones del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, desde donde debía partir la caravana protegida por marines estadounidenses, que no aparecieron.

Muchos haitianos tampoco pudieron ir a sus trabajos en una ciudad plagada de piedras, bloques de cemento, chasis de automóviles y neumáticos quemados.

Mientras las radios opositoras aseguraban que el comandante insurrecto Guy Philippe y sus hombres se aprestaban a atacar Puerto Príncipe, la policía reforzó los dispositivos para enfrentarse a los sublevados a la altura de Saint-Marc y Mirebalais, las dos ciudades de paso hacia un norte ya tomado por el aún conocido como Ejército Caníbal.

El enviado especial de este diario comprobó que las salidas de la capital haitiana estaban plagadas de jóvenes que, "en busca de armas", requisaban vehículos, móviles y carteras, o exigían dinero para franquear barricadas. Muchos conminaban a los conductores con supuestas armas envueltas en trapos o los detenían a botellazos entre un histérico ambiente de estado de sitio.