El Florence, el primer huracán del Atlántico que este año ha tocado tierra en Estados Unidos, se degradó oficialmente el viernes a tormenta tropical al rebajarse la intensidad de los vientos, pero sus múltiples peligros no disminuyen. Al contrario. «El sistema está descargando cantidades épicas de lluvia, en algunos lugares medidos en metros, no en centímetros», según explicó Roy Cooper, el gobernador de Carolina del Norte, que el viernes logró la aprobación de la declaración de desastre para el estado por parte de Donald Trump, abriendo las compuertas a la ayuda federal. «El agua está subiendo rápido en todos los sitios, incluso en lugares que normalmente no se inundan.» No es alarmismo exagerado ante una tormenta que anoche había provocado cinco muertes confirmadas, aunque la cifra podría elevarse pues se estaban investigando al menos dos fallecimientos más. Y los avisos del gobernador coinciden con los de los expertos.

Ken Graham, director del Centro Nacional de Huracanes, subrayó la gravedad de la situación. La lentitud con la que se mueve Florence, que ayer avanzaba hacia el oeste a escasos tres kilómetros por hora y se preveía que hoy girase hacia el norte, lo hace «particularmente peligroso». El viento sopla a 280 kilómetros desde el centro de la tormenta.

Lo más peligroso, no obstante, son las lluvias. Algunas ciudades ya han recibido 76 centímetros de agua, una cantidad «absolutamente abrumadora» y que bate un récord estatal de lluvia descargada por una tormenta tropical. Y lo que agrava la situación es que la descarga de agua «no ha acabado». Se esperan hasta 38 centímetros más, «crecidas catastróficas y significativas y prolongadas inundaciones de ríos», así como posibles corrimientos de tierra. Desde el viernes, varios condados tienen en vigor emergencias por riadas repentinas, la más elevada categoría de advertencia, con «severa amenaza para la vida humana y daño catastrófico». Y el gobernador Cooper explicó que «los ríos seguirán creciendo días después de que la lluvia haya parado». «El viento te puede hacer daño, pero es el agua, la crecida, la lluvia, la que puede matarte más», constataba Jeff Byard, uno de los encargados de la Agencia Federal de Gestión de Emergencias, FEMA. «Ya ha caído mucha lluvia, pero queda mucha más por llegar».

Las «murallas de agua» de las que habló el gobernador Cooper son visibles en multitud de localidades del estado. También en numerosas carreteras que se han vuelto impracticables. Más de un millón de personas están sin suministro eléctrico, la mayoría en Carolina del Norte, pero más de 170.000 también en Carolina del Sur. Los refugios están llenos y siguen los rescates de quienes decidieron o se vieron forzados a quedarse en sus casas, ahora anegadas. Y no deja de llover.

FILIPINAS

Por otra parte, el supertifón Mangkhut ha dejado al menos una decena de muertos y desaparecidos y las previsibles escenas de destrucción a su paso por Filipinas ayer. No se descarta que el recuento de víctimas aumente pero parece que las evacuaciones masivas y otras medidas de prevención han impedido esta vez otra mortandad. Manila había asegurado en la víspera que pretendían lograr «cero víctimas» y para ello había destinado casi 30 millones de euros. Se había ordenado liberar agua de muchas presas para evitar que se repitieran las últimas inundaciones.