Cual 'Titanic', Donald Trump se hunde en las procelosas aguas de Washington, pero su iceberg no está fuera, sino en su propio barco. En su más estrepitoso fracaso político en seis meses de mandato, el presidente de Estados Unidos ha visto cómo naufraga sin remedio el intento de deshacer la reforma sanitaria de Barack Obama, la diana en que la derecha lleva obsesivamente concentrada siete años y que tenía al alcance de la mano con la Casa Blanca y las dos cámaras del Congreso bajo su control. Y las profundas y aparentemente insuperables divisiones en el Partido Republicano hacen que el hombre que como empresario presumía de ser un maestro en El arte del acuerdo se muestre, como presidente, a la deriva, dando tumbos evidentes en sus declaraciones y tuits.

"Derogar y reemplazar" Obamacare ha sido el mantrarepublicano desde que el presidente demócrata firmó en 2010 una ley que, aunque indudablemente problemática, solventó algunos de los abusos de las compañías aseguradoras y ha ampliado la cobertura sanitaria para más de 20 millones de estadounidenses, incluyendo muchos de bajos ingresos. Trump lo hizo suyo también en campaña y lo marcó como su primera meta legislativa al llegar al Despacho Oval. Pero claramente minusvaloró tanto la complejidad del empeño como las fracturas dentro de su partido, y aunque en mayo, tras un arduo proceso, consiguió que se aprobara una propuesta de ley en la Cámara Baja, ahora ha visto derrumbarse el intento de que la legislación siguiera su imprescindible camino en el Senado.

DESCALABRO POR SORPRESA

El descalabro se hizo evidente el lunes. Mientras el presidente mantenía una sesión estratégica en una cena con varios senadores republicanos, dos de los que no estaban invitados preparaban comunicados anunciando que no apoyarían la propuesta que su líder, Mitch McConnell, había preparado, que era ya la segunda redacción de la norma elaborada buscando el consenso de los conservadores. Esas dos deserciones, sumadas a las ya anunciadas anteriormente por otros dos senadores, hacían la matemática de la aprobación imposible (los republicanos tienen 52 escaños en la Cámara y podrían sacar adelante su propuesta con 50 votos y el del vicepresidente).

Los comunicados, emitidos justo después de la cena de Trump,pillaron por sorpresa al presidente, que según ha contado Politico acaba de advertir a sus invitados de la importancia de revocar y reemplazar Obamacare diciendo que de no hacerlo tendrían"problemas" y darían “una imagen terrible".

VAIVENES

Trump acertó y a partir de ese momento no solo se han agravado los problemas, sino su imagen. El mismo lunes por la noche, tras el revés, se lanzó a Twitter para sugerir una nueva ruta legislativa, que pasaría por derogar primero Obamacare y preocuparse por preparar y aprobar un nuevo plan sanitario después, haciendo "borrón y cuenta nueva".

Y esa ha sido la alternativa que ha presentado el martes McConnell, pero ha muerto prácticamente antes de nacer. Tres senadoras republicanas han anunciado que se niegan a revocar la reforma de Obama sin una alternativa, y menos aún con la propuesta de McConnell, reciclada de una ya vetada en 2016 por Obama que la Oficina de Presupuesto del Congreso calculó que en su primer año de apliación dejaría a 18 millones de personas sin seguro y subiría un 20% el precio de las pólizas. “No vine a Washington para hacer daño a la gente”, ha dicho para justificar su posición la senadora Shelley Moore Capito.

Con la debacle acelerada, y la brecha abierta entre los ultraconservadores que quieren desarticular absolutamente Obamacare y los moderados que temen que sus votantes pierdan tanto el acceso a seguros como a la asistencia sanitaria pública,Trump ha recuperado otra de las opciones que ha musitado en el pasado: no hacer nada y confiar en que la reforma sanitaria de Obama se hunda por sí sola. Tanto en un tuit como en declaraciones a la prensa ha intentado dejar la impresión de que esa es la propuesta que ha preferido siempre, aunque hemeroteca, vídeoteca y relatos como el de la cena del lunes le desmienten.

Trump se ha confesado “muy decepcionado” por lo ocurrido y ha vuelto a mostrar su frustración. “Estoy sentado en el Despacho Oval, bolígrafo en mano, esperando a firmar algo y estaré esperando”, ha dicho. Y aunque ha mostrado su optimismo respecto a que acabará pasando “algo bueno”, ha admitido también que “puede que no sea tan rápido como habíamos esperado”.