En la recta final de su primer mandato, antes de alzarse con la mayoría absoluta en el 2000, José María Aznar puso en marcha uno de sus proyectos más ambiciosos en política exterior: conquistar Europa. Situar a España a la misma altura de los más grandes de la UE y, sobre todo, erigirse él mismo en un referente político del viejo continente. Pero lo que debía ser un Austerlitz victorioso acabó siendo un desolador Waterloo.

El presidente construyó su sueño de grandeza sobre tres convicciones. La primera, que la arquitectura de poder en Europa iba a sufrir un cambio radical con la ampliación al Este. La segunda, que el eje franco-alemán estaba en decadencia. La tercera, que su alianza con EEUU fortalecería su protagonismo en el mundo y en la UE.

Aznar se sentía envalentonado desde la cumbre de Berlín de marzo de 1999, en la que peleó con el alemán Gerhard Schröder por el paquete financiero entre el 2000 y el 2007. Pero el líder español sabía que la cruzada europea no podía emprenderla en solitario. Necesitaba aliados. Y creyó encontrar uno de lujo en el británico Tony Blair.

Aznar compartía con el premier británico la visión liberal de la economía, el apego a EEUU y la resistencia a un predominio franco-alemán en Europa. En el 2000, publicaron una declaración conjunta sobre economía y empleo, como contribución al denominado Proceso de Lisboa . Surgió otro aliado: Silvio Berlusconi, a quien Aznar apadrinó en su salto a la política internacional cuando el italiano estaba acorralado por escándalos de corrupción.

En diciembre del 2000 se celebró la cumbre de Niza, en la que se acordó el nuevo reparto de poder. En unas negociaciones muy duras, España y Polonia consiguieron una cuota de votos en el Consejo casi igual a las de Alemania, Francia, Reino Unido e Italia. Aznar lo añadió a su historial victorioso, pese a que en la Eurocámara se había perdido representación.

Al presidente se le subieron los humos a la cabeza. Su actitud arrogante disgustó a Schröder y al presidente francés, Jacques Chirac. En un proyecto como el europeo, donde la química personal juega un papel decisivo para tejer acuerdos, el talante de Aznar chirriaba.

El gran momento

Con la guerra de Irak y su alineamiento con George Bush, el presidente español vio llegar su gran momento. Abanderó con Blair la firma de una carta de apoyo a Washington, a la que se sumaron Berlusconi y varios líderes del este europeo. E impulsó otra carta --con Italia, Portugal, Holanda, Polonia y Estonia-- en la que se criticaba a Francia y Alemania por incumplir el pacto de estabilidad.

Aznar calculó mal sus fuerzas. Las presiones externas tuvieron el efecto de reforzar el eje franco-alemán. Chirac y Schröder pusieron en marcha minicumbres para debatir los grandes temas europeos, a las que empezó a acudir Blair. El líder español fue marginado del núcleo de poder y se quedó solo --bueno, con Polonia-- en la defensa del Tratado de Niza. La Europa de Aznar nunca existió.