La última amenaza a la estabilidad social china entona cantos maoístas, ondea banderas rojas con la hoz y el martillo y viste ajados uniformes con medallas al valor. Miles de militares ocuparon durante cuatro días una plaza de Zhenjiang (provincia de Jiangsu) el mes pasado hasta que la policía los sacó con más delicadeza de la acostumbrada. Denunciaban las promesas olvidadas sobre empleos, pensiones y coberturas sociales para este colectivo.

Las protestas de esos militares retirados anticipa la complejidad de las audaces reformas que afronta Pekín. El presidente, Xi Jinping, recortará 300.000 de los 2,3 millones de sus soldados para transformar un Ejército mastodóntico en otro más ágil, racional y adecuado a las demandas bélicas actuales. Desde medios de comunicación militares se ha alertado del riesgo de inestabilidades no solo en el estamento sino en la sociedad si no se hacen bien las cosas. Los casi 60 millones de militares retirados son un caldo de cultivo potencialmente fatal. Sus reclamaciones empezaron décadas atrás y se han intensificado en los últimos tiempos. En el 2006 se juntaron frente al Ministerio de Defensa en un desafío inesperado por su simbolismo. Este año se han registrado varias protestas y no todas fueron sofocadas con tacto, lo que aumentó el sentimiento de injusticia.

INTIMIDACIÓN / Algunos han denunciado la presencia de matones, gánsteres y otros facinerosos contratados por los gobiernos locales para «mantener la estabilidad». Muchos son detenidos antes de pisar las oficinas del partido, los más conspicuos están bajo vigilancia y se recurre a la represión como última opción, señala Neil Diamant, profesor del Dickinson College de Pensilvania y estudioso del fenómeno. «Arrestos, promesas de ayudas materiales si regresan a casa… Pekín sabe que sus demandas no son siempre irracionales sino legítimas y son leales al partido. No es raro que los líderes negocien con los funcionarios locales al margen de los lugares de protesta», añade. Son un peculiar problema para Pekín: no son liberales reclamando reformas democráticas a los que criminalizar como enemigos del país sino tipos que cantan el himno nacional, portan retratos de Xi o Mao y exudan patriotismo.

MUCHA POMPA Y POCO MÁS / La ola de protestas justificó la creación en marzo del Ministerio de Asuntos de Veteranos. Fue presentado con mucha pompa, pero no existen aún detalles sobre sus fondos o jurisdicción ni sobre cómo lidiará con la problemática. Por ahora solo es una dirección a la que dirigir las quejas (20.000 hasta julio, según cifras oficiales) y el entusiasmo inicial ha virado hacia el temor de que no sea más que una medida cosmética.

Pekín solía resolver el tránsito de estos militares de los cuarteles a la vida civil empleándolos en las paquidérmicas empresas estatales o los sectores del acero y el carbón que hoy se esfuerza en adelgazar por cuestiones medioambientales. Algunos se han reciclado en un sector tan moderno como la economía compartida: Didi Chuxing, el análogo de Uber en China, emplea a casi cuatro millones de ellos. Pero es improbable que el sector privado pueda absorber a muchos más cuando la economía ha dejado atrás sus crecimientos espectaculares y compiten con millones de graduados universitarios anuales. El problema radica en que Pekín delega su bienestar en los gobiernos provinciales pero sin dotarles de fondos.

Fang Yongxiang, segundo del Ministerio de Asuntos de Veteranos, pidió recientemente mesura en las reclamaciones y el fin de las protestas masivas. «Espero que cada exmilitar respete la ley», dijo en la víspera del Día del Ejército con la intención de que no la reventaran con movilizaciones. También prometió que serían prioritarios en las adjudicaciones de empleo.

El gremio abriga la sensación de que Pekín no retribuye con justicia sus servicios y que incumple sistemáticamente las promesas. El Partido Comunista ha apuntalado su legitimidad en la épica militar. Episodios como la Gran Marcha o la victoria contra los japoneses son aún glosados aunque los historiadores menos entusiastas tienden a rebajar la primera y a atribuir a los nacionalistas de Chiang Kai Shek el grueso de la segunda. Ocurre que las últimas contiendas chinas son escasamente épicas y tercamente ignoradas por la prensa oficial. Ni la breve guerra fronteriza con la India de 1962 ni la vergonzante derrota ante la extenuada Vietnam de 1979 trajeron ninguna gloria que urja recompensar abiertamente. Los militares veteranos se sienten abandonados y muy solos. Ven a su presidente en uniforme militar pasando revista a las tropas y escuchándole hablar de la prosperidad del país y de la necesidad de un Ejército fuerte mientras ellos pelean por unas migajas.