Una gran bola de fuego, un estruendo ensordecedor, el olor a amoniaco y, enseguida, el humo, mucho humo, una gran mancha negra que, al disiparse, dejó en la calle cadáveres despedazados. Al cumplirse 10 años del atentado terrorista contra la mutualidad de la comunidad judía de Buenos Aires (AMIA), en el corazón de la capital argentina, aquel olor a muerte sigue impregnando el recuerdo de los vivos como una condena.

La explosión provocó 85 víctimas fatales, más de un centenar de heridos y la imposibilidad de borrar las escenas dantescas de la memoria. "Sentí que estuve en el infierno", dice Juan Carlos Alvarez, un barrendero que --fatídica mañana-- limpiaba la vereda frente al edificio de siete pisos de la AMIA, que se derrumbó en apenas cuatro segundos. Debajo de los escombros no sólo quedaron atrapados hombres, mujeres y niños inocentes, sino los enigmas de un atentado que amenaza con perderse por los laberintos de una costumbre argentina: la impunidad.

Argentina se jactaba de la histó- rica convivencia entre árabes y judíos y de que nunca había sido blanco del terrorismo internacional. Algo cambió cuando Carlos Menem, un presidente de origen sirio y musulmán convertido al catolicismo para llegar al poder (que ejerció entre 1989 y 1999), decidió acompañar a EEUU en su primera incursión militar en Irak, así como en su política hacia Oriente Próximo. Menem, que en sus tiempos de candidato había visitado Libia y había participado en un congreso contra el sionismo, terminó siendo el primer presidente argentino en visitar el Estado de Israel.

Atentado contra la embajada

El realineamiento general, defendido en el Gobierno con cierto carácter festivo --el canciller Guido Di Tella habló del inicio de una era de "relaciones carnales" con Washington-- tuvo consecuencias. En marzo de 1992, la Embajada de Israel en Buenos Aires voló en pedazos y los analistas políticos no han dejado de atribuirlo al viraje argentino en política internacional. Hubo 27 muertos. La justicia nunca pudo avanzar en las investigaciones.

El 18 de julio de 1994, llegó lo de la AMIA. Se habló de la "pista iraní", de un comando de Hizbulá apoyado por una "conexión local", se dijo que se había usado un coche bomba conducido por un suicida libanés y también que fueron los sirios. Un exespía iraní, el testigo C , hoy bajo protección de Alemania, sugirió que Menem recibió 10 millones de dólares (8,1 millones de euros, 1.348 millones de pesetas) de Irán para que Argentina no acusara a este país.

Procesados en libertad

No se pudo pasar del terreno de las hipótesis. En pocas semanas, la justicia dejará en libertad a los policías bonaerenses acusados de ser los enlaces con los terroristas. Fueron arrestados en base al testimonio de un mecánico que arreglaba coches robados, Carlos Telledín, que dijo que los policías le encargaron preparar una camioneta Trafic para ser utilizada como coche bomba. Luego, dijo haber recibido 400.000 dólares de la secretaría de Inteligencia, a petición del juez Juan José Galeano.

Una década más tarde, y después de tantas pistas falsas y destrucción de pruebas, el expediente AMIA ha volado por los aires. Galeano fue apartado de la causa el año pasado, al comprobarse que incurrió en irregularidades. También renunció el fiscal. Hasta se duda de que los terroristas utilizaran un coche bomba.

El presidente del Congreso Mundial Judío, el rabino Israel Singer, calificó de escandalosos los resultados del juicio. En Argentina, sólo el 0,7% de los delitos denunciados terminan en condena.