Los filipinos se preguntan estos días si la familia Duterte está involucrada en el tráfico de drogas que el presidente combate y la respuesta podría estar en un tatuaje. Su hijo Paolo compareció la semana pasada ante una comisión del Senado para desmentir su relación con el mayor alijo decomisado en la historia de país. Discurrió por los senderos previstos: lo negó todo, insistió en las motivaciones políticas y rehusó mostrar su espalda.

El caso que ocupa las portadas nacionales nace en los 604 kilos de cristal o shabu interceptados en la ciudad sureña de Davao gracias al chivatazo de la policía china tras pasar alegremente los filtros de la Oficina de Aduanas. El empresario que gestionó el envío relató en el Parlamento que Paolo y su cuñado, Manases Carpio, habrían sobornado a los agentes para que llegara a destino. Las revelaciones le costaron el puesto al jefe de aduanas y excitaron a la heroica oposición política.

Al frente está Antonio Trillanes, una pertinaz jaqueca para Duterte. El senador ha denunciado que aquel cargamento iba destinado a los dos miembros de la familia del presidente y que ambos integran una triada china conocida como el “Grupo de Davao”. El dragón tatuado en la espalda de Paolo que identifica a sus miembros sería la prueba. El acusado rechazó levantarse la camisa y estos días ha adelantado que mostrará su cuerpo cuando “llegue el momento adecuado”.

Davao ha sido el feudo de los Duterte durante tres décadas. Desde ahí pavimentó el jefe del clan su camino a la presidencia con políticas rotundas contra el crimen que ahora replica a escala nacional. Sus hijos Sara y Paolo ocupan hoy la alcaldía y vicealcaldía. La ciudad acoge a una comunidad de empresarios con lazos con China que, según los críticos, no desprecia los negocios lícitos.

DOMINAR LA ESCENA

Duterte y Trillanes libran un fragoroso duelo. “Le destrozaré o él me destrozará a mí, así acabará el asunto”, ha avanzado el presidente. Ambos se han acusado de esconder fortunas de origen turbio en bancos extranjeros. Trillanes también domina la escena: ha firmado una dispensa del secreto bancario para que sus cuentas sean conocidas por el público y animado a Duterte: “Si eres valiente, si no eres un corrupto, firma la dispensa y envíala al Consejo Contra el Lavado de Dinero y el Defensor del Pueblo”. El senador asegura que la fortuna del presidente proviene de las drogas. Duterte ha ignorado el guante. La investigación llega cuando aún se recompone del asesinato policial a sangre fría de un estudiante grabado por las cámaras.

Trillanes conoce los riesgos. Ha relevado en la lucha a Leila de Lima, neutralizada con unas acusaciones de narcotráfico que la oposición juzga de políticas. La senadora Risa Hontiveros ha denunciado los cargos falsos con los que Duterte amedrenta a los críticos. Ocurre que Trillanes, antiguo oficial de la Marina, es un tipo duro y creíble por el pueblo. Sus acusaciones han mellado la impoluta imagen de Duterte. Sus excesos han pesado menos que su voluntad férrea para resolver los problemas enquistados en una población hastiada de líderes pusilánimes y corruptos. A Duterte le resbala la condena internacional por los 9.000 presuntos traficantes muertos pero le desvela perder la legitimidad moral ante unos votantes que le escucharon prometer que dimitiría si alguno de sus familiares robaba o que mataría con sus manos a su hijo si consumiera drogas.