El Gobierno de Joe Biden se resiste a usar el término "crisis" y elige perífrasis del tipo "reto humano vital", como hacía este jueves la portavoz de la Casa Blanca Jean Psaki, pero es difícil definir de otra manera que no sea crisis lo que está sucediendo con los migrantes en la frontera sur y, sobre todo, lo que nadie duda que está por suceder. Entre enero y febrero, según datos hechos públicos por la Patrulla Fronteriza el miércoles, se ha doblado la llegada de menores no acompañados y familias. El número de niños y adolescentes que llegan solos ha aumentado un 60% y está subiendo a una velocidad sin precedentes. El sistema para acogerlos está desbordado, se están vulnerando los tiempos legales marcados para tenerlos en custodia y resucitan las críticas por las condiciones de algunas de las instalaciones. A Biden le desborda la frontera con una crisis, o una prueba, humanitaria pero también política.

La situación recuerda a la que el demócrata ya vivió cuando era vicepresidente de Barack Obama en 2014, cuando se produjo una llegada masiva de menores migrantes que dio un giro en el tipo de inmigración que trataba de alcanzar EEUU. Es similar también al momento que, durante la Administración de Donald Trump, se vivió en 2019, pero hay fuentes del Gobierno que desde el anonimato han asegurado a medios estadounidenses que los números actuales "van a hacer palidecer" los de hace dos años, antes de la pandemia. Y pese a la negativa de hablar de crisis, hasta el secretario de Seguridad Nacional, Alejandro Mayorkas, uno de los que se ha negado a usar el término y que el pasado fin de semana fue con otros altos cargos a Texas a estudiar la situación sobre el terreno, ha reconocido en un correo electrónico a los funcionarios de su departamento que las cifras son "abrumadoras". Y siempre empeoran en primavera y verano.

Los datos

Más de 8.500 niños y adolescentes, según un análisis de datos de 'The Washington Post', están en refugios que gestiona el Departamento de Salud y Servicios Humanos pero hay otros 3.500 menores en estaciones de la Patrulla Fronteriza esperando a que se abran espacios en los refugios, cuya capacidad se redujo por las medidas contra el coronavirus. En esas estaciones no están en las infames jaulas, pero la situación no es muy diferente, pues son celdas de hierro y cemento iluminadas 24 horas al día y sin prácticamente espacio para el esparcimiento de los menores. Tanto el análisis del 'Post' como el de otros medios como la CNN, además, ha revelado que que los menores pasan allí de media 107 horas antes de ser trasladados, por encima de las 72 permitidas por ley.

Son los migrantes adultos sin papeles los que siguen dominando las detenciones en la frontera y en la primera semana de marzo, por ejemplo, de los más de 4.200 interceptados a diario 450 fueron niños y adolescentes, en su gran mayoría (87%) de entre 13 y 17 años. A prácticamente todos los adultos la Administración sigue rechazándolos con una medida que, con el argumento de salud pública en la pandemia, implementó Trump, pero los menores están exentos ahora y es su situación la que levanta más preocupación.

"La frontera no está abierta"

La Administración de Biden cree que parte del problema deriva de que con las medidas de Trump se puso un freno artificial a una migración que, además de los problemas habituales de pobreza y violencia, alimentó dos huracanes el año pasado y la pandemia, pero sabe también que otra parte de su problema es el mensaje. Porque el demócrata ha querido romper radicalmente con las políticas "crueles" de su predecesor, ha anulado algunas de las medidas más duras y ha propuesto una ambiciosa reforma de las leyes migratorias, pero eso se ha traducido en una imagen de laxitud que están explotando los traficantes humanos. Por eso esta semana comparecía Roberta Jacobson, la diplomática que Biden ha elegido para coordinar la política de la frontera, y repetía varias veces y en español que "la frontera no está abierta", tratando de disuadir a los migrantes para que no inicien el peligroso viaje. El mensaje, no obstante, no parece estar calando ni funcionando.

Los republicanos han aprovechado para denunciar el giro en la política de Biden y atribuirle la escalada en la llegada de migrantes. Junto a esas críticas que eran de esperar (y se puede dar por seguro que se convertirán en centrales hasta las legislativas de 2022) hay también voces demócratas que cuestionan a la Administración. La congresista progresista Alexandria Ocasio-Cortez, por ejemplo, ha denunciado que se mantenga a familias y menores en instalaciones no adecuadas. "No está bien, nunca lo ha estado y nunca lo estará", ha dicho la neoyorquina; "no importa la Administración o el partido".